201-Curso de autoestima

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201. La Matriz Divina

Autoestima 201- La matriz divina – Curso de autoestima – Podcast en iVoox

Tus creencias no están hechas de realidades sino más bien es tu realidad la que está hecha de creencias

RICHARD BANDLER (Cofundador de la PNL)

Este capítulo nos llevará por un extraordinario viaje en el que enlaza ciencia, espiritualidad y milagros mediante el lenguaje de la Matriz Divina.

Toda materia existe en virtud de una fuerza. Debemos asumir tras esa fuerza la existencia de una mente consciente e inteligente. Esa mente es la matriz de toda la materia. Max Planck, físico. 1944

Con estas palabras Max Planck, padre de la teoría cuántica, describía un campo universal de energía que conecta a todos y a todo lo que hay en la creación: La Matriz Divina.

 La Matriz Divina es nuestro mundo. También es todo lo que hay en nuestro mundo. Somos nosotros y todo lo que amamos, odiamos, creamos y experimentamos. Al vivir en la Matriz Divina, somos como artistas que expresamos nuestras más recónditas pasiones, miedos, sueños y deseos a través de la esencia de un misterioso lienzo cuántico. Pero nosotros somos tanto ese lienzo como las imágenes plasmadas sobre él. Somos a la vez las pinturas y las brochas.

 En la Matriz Divina somos el recipiente en cuyo interior existen todas las cosas, el puente entre las creaciones de nuestros mundos interior y exterior y el espejo que nos muestra lo que hemos creado. En la Matriz Divina somos a la vez la semilla del milagro y el propio milagro.

La ciencia moderna ya ha llegado al punto del que arrancan nuestras tradiciones espirituales mejor consideradas. Un creciente cuerpo de evidencia científica apoya la existencia de un campo de energía – la Matriz Divina- que proporciona ese recipiente, así como el puente y el espejo de todo lo que sucede entre el mundo que hay en nuestro interior y el mundo externo a nuestros cuerpos. El hecho de que ese campo esté en todo, desde las partículas más pequeñas del átomo cuántico hasta universos distantes cuya luz está alcanzando precisamente ahora nuestros ojos, así como en todo lo intermedio entre ambos, cambia todo lo que creíamos acerca de nuestro papel en la creación. Sugiere que debemos ser bastante más que simples observadores que pasan a través de un breve instante de tiempo por una creación preexistente.

Cuando contemplamos la “vida” –nuestra abundancia material y espiritual, nuestras relaciones y carreras, nuestros amores más profundos y nuestros mayores logros, así como nuestros temores a carecer de todas esas cosas- es posible que también estemos encuadrando nuestra mirada en el espejo de nuestras creencias más auténticas, generalmente inconscientes. Las vemos en nuestro entorno porque se han manifestado mediante la misteriosa esencia de la Matriz Divina. De ser así, la propia conciencia debe jugar un papel clave en la existencia del universo.

Somos Tanto los Artistas como el Arte

Por inaprensible que pueda resultar esta idea a algunas personas, esta es precisamente la otra cara de la moneda de algunas de las mayores controversias entre algunas de las mentes más grandiosas de la historia reciente. Por ejemplo, en una cita de sus notas autobiográficas, Albert Einstein compartía esta creencia de que somos esencialmente observadores pasivos que viven en un universo ya previamente emplazado, sobre el que, al parecer, tenemos muy escasa influencia. “Vivimos en un mundo”, decía, “que existe independientemente de nosotros, los seres humanos, y que existía antes que nosotros, como un gran enigma eterno que, al menos de manera parcial, es accesible a nuestro pensamiento y observación”.

En contraste con la perspectiva de Einstein, que aún es ampliamente defendida por muchos científicos en la actualidad, John Wheeler, físico de Princeton y colega de Einstein, ofrece una visión radicalmente diferente de nuestro papel en la creación. En términos sólidos, claros y gráficos, Wheeler dice que: “Tenemos la vieja idea de que ahí afuera está el universo, y aquí está el hombre, el observador, protegido y a salvo del universo por un bloque de vidrio laminado de seis pulgadas”. Refiriéndose a los experimentos de finales del siglo XX que nos muestran que simplemente observar una cosa cambia esa cosa, Wheeler continua: “Ahora hemos aprendido del mundo cuántico que hasta para observar un objeto tan minúsculo como un electrón tenemos que quebrar ese vidrio laminado; tenemos que meternos dentro de él. Por lo tanto, sencillamente hay que tachar de los libros la vieja palabra observador, sustituyéndola por la nueva palabra participante”.

¡Qué vuelco! En una interpretación radicalmente diferente de nuestra relación con el mundo que nos rodea, Wheeler está afirmando que nos es imposible limitarnos a observar lo que pasa en él. De hecho, experimentos de física cuántica demuestran que el acto de que observemos algo tan pequeño como un electrón, concentrando nuestra consciencia sobre lo que esté haciendo ese electrón, aunque sea sólo un instante, cambia sus propiedades mientras lo observamos. Los experimentos sugieren que el mismo acto de observar es un acto de creación y que la consciencia es la que crea.

 Es interesante notar que las sabias tradiciones del pasado indican que nuestro mundo funciona precisamente de esa manera. Desde los Vedas de los antiguos hindúes, que según ciertos estudiosos datarían del 5000 a .C., hasta los Rollos del Mar Muerto, que tienen 2,000 años, el tema general parece indicar que el mundo en realidad es un espejo de las cosas que están pasando en un reino superior o en una realidad más profunda. Por ejemplo, comentando las nuevas traducciones de los fragmentos del Rollo del Mar Muerto conocido como Las Canciones del Sacrificio del Sabbath, sus traductores resumen su contenido en que «Lo que pasa en la tierra no es sino un pálido reflejo de esa realidad superior final».

La implicación de ambos textos antiguos con la teoría cuántica es que en los mundos invisibles creamos el proyecto de nuestras relaciones, carreras, éxitos y fracasos del mundo visible. Desde ese punto de vista, la Matriz Divina funciona como una gran pantalla cósmica que nos permite ver la energía no física de nuestras emociones y creencias (nuestro enojo, odio y rabia, así como nuestro amor, compasión y comprensión) proyectada en el medio vital físico.

 Al igual que una pantalla de cine refleja la imagen de cualquier cosa o persona que haya sido filmada sin emitir juicio alguno, la Matriz parece proporcionar una superficie neutra para que nuestras experiencias y creencias internas sean vistas en el mundo. A veces conscientemente, a menudo de manera inconsciente, “mostramos” nuestras verdaderas creencias de todo tipo, desde la compasión a la traición, a través de la calidad de las relaciones que nos circundan. En otras palabras, somos como artistas que expresamos nuestras pasiones, temores, sueños y deseos más profundos, a través de la esencia viviente de un misterioso lienzo cuántico. Y al igual que los artistas refinan una imagen hasta que a sus mentes les parece adecuada, en muchos aspectos parece que nosotros hacemos lo mismo con nuestras experiencias vitales a través de la Matriz Divina.

 Qué concepto tan raro, hermoso y poderoso. De idéntica manera que el artista usa el mismo lienzo una y otra vez mientras va buscando la expresión perfecta de una idea, podemos considerarnos artistas perpetuos que construimos una creación que siempre está cambiando y que nunca se termina. La clave para hacerlo de manera intencional es que no sólo tenemos que entender cómo funciona la Matriz Divina sino que, además, para comunicar nuestros deseos a esa red ancestral de energía necesitamos un lenguaje que ella sea capaz de reconocer.

 El Lenguaje Que Crea

 Nuestras tradiciones más antiguas y acendradas nos recuerdan que, de hecho, hay un lenguaje que le habla a la Matriz Divina: un lenguaje que carece de palabras y que no implica los habituales signos externos de comunicación que hacemos con nuestras manos y nuestro cuerpo. Dicho lenguaje adopta una forma tan simple que todos sabemos ya “hablarlo” de manera fluida. De hecho, lo usamos cada día de nuestras vidas. Es el lenguaje de la creencia y de la emoción humana.

 La ciencia moderna ha descubierto que, con cada emoción que experimentamos en nuestros cuerpos, experimentamos también cambios químicos en cosas que reflejan nuestras emociones, tales como el pH y las hormonas. Desde las experiencias “positivas” de amor, compasión y perdón, por ejemplo, hasta las “negativas” de odio, juicio o celos, cada uno de nosotros posee el poder de afirmar o negar su existencia en cada momento de cada día. Adicionalmente, la misma emoción que confiere semejante poder a lo que hay dentro de nuestros cuerpos extiende ese mismo poder nuestro hacia el mundo cuántico que está más allá de nuestros cuerpos.

Tal vez sea útil imaginar la Matriz Divina como una frazada cósmica que empieza y termina en los reinos de lo desconocido, cubriendo todo lo que hay entre ellos. La frazada tiene una profundidad de varias capas y siempre está puesta en todas partes a la vez. Nuestros cuerpos, vidas y todo lo que conocemos, existe y sucede en el interior de las fibras de esa frazada. Desde nuestra creación acuática en el útero de nuestra madre hasta nuestros matrimonios, divorcios, amistades y carreras, todo lo que experimentamos puede ser asimilado a arrugas en la frazada.

 Admito que pensar en nosotros mismos como “arrugas” de la Matriz pueda quitarle algo de romance a nuestras vidas, pero también nos brinda una manera poderosa de pensar acerca de nuestro mundo y de nosotros mismos. Si queremos crear relaciones nuevas, saludables y afianzadoras de nuestras vidas, si queremos atraer a ellas un romance sanador, o una solución pacífica a Oriente Medio por ejemplo, debemos crear una perturbación nueva en el campo, una que refleje nuestro deseo. Tenemos que crear una “arruga” nueva en esa cosa de la que están hechos el espacio, el tiempo y nuestros cuerpos. Esta es nuestra relación con la Matriz Divina. Se nos da el poder de imaginar, soñar y sentir las posibilidades de la vida desde el interior de la propia Matriz, de manera que podamos reflejar hacia nosotros lo que hayamos creado.

 Está claro que no sabemos todo lo que hay que saber sobre la Matriz Divina. La ciencia no tiene todas las respuestas. Con total honestidad, los científicos ni siquiera saben con seguridad de dónde viene la Matriz Divina. También sabemos que podríamos estudiarla otros 100 años y seguiríamos sin conocer esas respuestas. Sin embargo, lo que sí sabemos es que la Matriz Divina existe. Está aquí y podemos introducirnos en su poder creativo mediante el lenguaje de nuestras emociones. Cuando lo hacemos, nos introducimos en la verdadera esencia del poder de cambiar nuestras vidas y el mundo.

 El Universo como Ordenador Consciente

 En muchos sentidos, nuestra experiencia de la Matriz Divina podría compararse a los programas con los que trabaja una computadora. En ambos casos las instrucciones deben utilizar un lenguaje que el sistema comprenda. Para el ordenador, ese lenguaje es un código numérico de ceros y unos. Para la conciencia se requiere de una clase de lenguaje diferente: uno que no use ni números ni alfabetos, ni siquiera palabras. Como ya somos parte de la conciencia, tiene perfecto sentido que ya tengamos todo lo que necesitamos para comunicarnos sin necesidad de un manual de instrucciones o de adiestramiento especial. Y lo hacemos.

Al parece, el lenguaje de la conciencia es la experiencia universal de la emoción. Ya sabemos cómo amar, odiar, temer y perdonar. Al reconocer que esas experiencias son en realidad las instrucciones que programan la Matriz Divina, podemos aguzar nuestras destrezas para comprender mejor cómo llevar a nuestras vidas alegría, salud y paz.

 De la misma manera que todo lo vivo se configura a partir de las cuatro bases químicas que generan nuestro ADN, el universo parece estar constituido en base a cuatro características de la Matriz Divina que hacen que las cosas funcionen como lo hacen. La clave para penetrar en el poder de la Matriz reside en nuestra habilidad para admitir los cuatro descubrimientos que son los hitos que enlazan nuestras vidas de una manera sin precedentes.

Descubrimiento 1: Hay un campo de energía que conecta todo lo que hay en la creación.

Descubrimiento 2: Dicho campo juega los papeles de recipiente, puente y espejo de las creencias que albergamos.

Descubrimiento 3: El campo está en todas partes (no está localizado) y es holográfico. Todas sus partes están conectadas con las demás. Y cada parte refleja al todo a una escala inferior.

Descubrimiento 4: Nos comunicamos con el campo a través del lenguaje de la emoción.

De nuestra habilidad depende reconocer y aplicar esas realidades que lo determinan todo, desde nuestra sanación hasta el éxito de nuestras relaciones y carreras.

De manera casi universal, compartimos la sensación de que hay más de lo que nuestros ojos alcanzan. En algún lugar profundamente escondido entre las brumas de nuestra memoria más antigua, sabemos que tenemos en nuestro interior poderes mágicos y milagrosos, de cuyos recuerdos estamos rodeados por todas partes. La ciencia moderna ha demostrado más allá de cualquier duda razonable que la “cosa” cuántica de la que estamos hechos se comporta de maneras aparentemente milagrosas. Si las partículas de las que estamos hechos pueden establecer entre sí una comunicación instantánea, estar en dos sitios a la vez, sanar espontáneamente e incluso cambiar el pasado mediante elecciones hechas en el presente, entonces nosotros también podemos hacer lo mismo. La única diferencia entre esas partículas aisladas y nosotros es que nosotros estamos hechos de muchísimas partículas que se mantienen unidas por el poder de la propia conciencia.

Los antiguos místicos recordaron a nuestros corazones, y los experimentos modernos han demostrado a nuestras mentes, que la fuerza más poderosa del universo es la emoción que vive en cada uno de nosotros. Y ese es el gran secreto de la propia creación: el poder de crear en el mundo lo que imaginemos y sintamos en nuestras creencias. Aunque pueda sonar demasiado simple para ser verdad, yo creo que el universo funciona precisamente de esta manera.

Cuando el poeta y filósofo sufí Rumí observó que tenemos miedo de nuestra propia inmortalidad, tal vez quiso decir que en realidad lo que verdaderamente nos asusta es nuestro poder de elegir la inmortalidad. Al igual que los antiguos iniciados descubrieron que bastaba una pequeña sacudida para que les fuese posible contemplar al mundo de una manera diferente, quizás lo único que nos haga falta a nosotros sea un pequeño giro para que nos demos cuenta de que somos los arquitectos de nuestro mundo y de nuestro destino, artistas cósmicos que expresamos nuestra creencias interiores sobre el lienzo del universo.

Si somos capaces de recordar que somos tanto el arte como el artista, tal vez podamos recordar también que somos tanto la semilla del milagro como el propio milagro.

Si podemos dar ese pequeño giro, ya estaremos sanados en la Matriz Divina.