097-Curso de autoestima

097-Curso de autoestima. Para ver en video: https://www.youtube.com/watch?v=SXc26vYTAs8

97. Controlar el Sentir. Paso 3º Ley de Atracción

Autoestima 097- Controlar el sentir paso 3º ley de atracción – Curso de autoestima – Podcast en iVoox

La emoción es la fuente principal de la conciencia.

 No puede transformarse la oscuridad en luz o la apatía en movimiento sin emoción.
Carl Gustav Jung

Sorpresa, admiración, asombro, apreciación, gratitud, ex­citación, reverencia, admiración. ¿Puedes evocar esa va­riedad de sentimientos cada vez que quieras? ¿Puedes provo­car «asombro», en un abrir y cerrar de ojos, o «excitación» (y no nos referimos al sexo)? ¿Qué tal «reverencia»? ¿Puedes mi­rar cualquier cosa -aunque sea una piedra- e instantánea­mente obligarte a sentir respeto hacia ese objeto inanimado?

«Provocar» se interpreta, generalmente, como el hecho de prepararse para atacar a alguien; pero no es eso de lo que ha­blamos aquí. Nuestro nuevo tipo de provocación es un esfuerzo consciente e intencional para cambiar a frecuencias más al­tas, para hacernos vibrar a una velocidad más rápida, como ¡ahora mismo!…, en cualquier momento que queramos ha­cerlo…, cada vez que recordemos hacerlo…, todo el tiempo…, con tanta frecuencia como sea posible…, cada hora, todas las horas…, o cada vez que veas un auto rojo, un perro extravia­do, o una mamá con un bebé. ¡Cuando sea!

No estoy bromeando. Si no aprendemos cómo lograr que nuestras frecuencias se eleven no tendremos ni la más míni­ma oportunidad de volvernos creadores reflexivos. Lo que sig­nifica, desafortunadamente, que siempre seremos creadores rezagados y, por tanto…, víctimas.

Puesto que «cambiar frecuencias 101» nunca fue un curso que se impartiera en la escuela, es una habilidad que debemos de apren­der solos, por nosotros mismos. Pero con unos cuantos trucos más bajo la manga, esto puede suceder con facilidad.

¡Huuuyyy!

Yo empecé a manipular el flujo de energía aproximadamente un año antes de descubrir las enseñanzas de la Ley de la Atrac­ción. No tenía ni la menor idea de lo que estaba haciendo, pero era divertido y me ayudaba a pasar el tiempo mientras con­ducía mi auto.

El mercado de financiamiento de hipotecas estaba en pleno auge y yo, como agente, estaba dentro de él, con mi propio negocio de una sola persona, manejándolo desde mi casa. Así que cuando recibía una solicitud de alguien que buscaba algún tipo de finan­ciamiento para su casa, acudía a visitarlo en lugar de la usual rutina de que me vinieran a ver. De esa manera resultaba divertido. Salía de casa, resolvía mis asuntos pendientes al mis­mo tiempo y conocía ciertas partes de mi ciudad que ni siquiera sabía que existían.

Para pasar el tiempo, mientras conducía de un lado a otro en mi auto para acudir a mis citas, empecé a manipular mi energía: Para entonces ya sabía cómo entrar rápidamente en un estado de ánimo intenso de «sentirse bien», algo breve y divertido que yo llamaba «manejar mi energía». Sencillamente, provocaba en mí cualquier sentimiento positivo, y casi inme­diatamente mi cuerpo empezaba a vibrar como respuesta a esa frecuencia, también sabía que si envolvía un deseo en esos sentimientos elevados (es decir, pensar en el deseo mientras me sentía tan animada), abría una buena posibilidad de que el deseo se hiciera realidad. ¡Pero eso era todo lo que sabía! Frecuencias, vibraciones, flujo de energía negativa/positiva, Ley de la Atracción, sólo entendía un poco de esas cosas.

Cuanto más manipulaba mi energía, más cuenta me daba de ese fenómeno extraño que solía ocurrir en cuanto empe­zaba a sentirme con el ánimo en alto, o con un estremecimiento, como yo lo llamaba. Exactamente en la boca del estómago, en ese lugar donde se pierde el aliento cuando recibes un golpe, percibía un sentimiento de ¡HUUUYYY!, como si fuera de baja­da en la montaña rusa a una velocidad capaz de romperme el cuello. En ocasiones, esa sensación duraba sólo una fracción de segundo; pero en otras, si me concentraba en ello con ex­tremo cuidado, podía prolongarla durante varios minutos.

Entonces comprendí que este ¡HUUUYYY! era del mismo tipo del sentimiento de ¡UFFFF! que se siente cuando tienes que vi­rar bruscamente para evitar chocar contra otro auto. O como la sensación que tuve hace muchos años en el preciso momento en el que mi jefe me dijo que estaba despedida. ¡HUUUYYY!, exac­tamente en la boca del estómago.

Al principio no sabía qué hacer con ello, o cómo relacio­narlo. Eran situaciones totalmente diferentes, que provoca­ban las más diversas reacciones, igualmente poderosas; sin embargo, todas parecían terminar físicamente en el mismo lugar: la boca de mi estómago. De repente, se hizo la luz en mí. Nuestras emociones se registran primero en nuestras glándulas suprarrenales, por lo cual cuando nos sobresalta­mos o nos asustamos, experimentamos algo parecido a un golpe en la boca del estómago, o en el plexo solar, precisamente donde están localizadas estas glándulas.

Cuando el miedo nos invade, las glándulas suprarrenales son sacudidas por un repentino estallido de energía electro­magnética, lo que causa la inmediata liberación de adrenalina que experimentamos en forma de ¡HUUUYYY! Así que, ¿por qué no iban las glándulas suprarrenales a responder de la misma forma ante una intensa producción de energía proveniente de la alegría? Después de todo, la energía es energía, sin im­portar lo que la haya provocado. Sea que sintamos la embes­tida de pánico extremo, o de sublime alegría, la energía fluye a través de nuestro plexo solar, estimula las glándulas suprarre­nales y hace que experimentemos una sensación física muy notoria: ¡HÚUUYYY!

Este asunto me tenía realmente intrigada, por lo que em­pecé a experimentar todavía más. Por supuesto, descubrí que podía controlar qué tan intensas podían ser mis vibraciones de «sentirme bien», de acuerdo con la intensidad del ¡HUUUYYY! que sentía en la boca del estómago, y viceversa: podía contro­lar la intensidad y la duración del ¡HUUUYYY!, dependiendo de cuánta vibración de «sentirme bien» podía generar.

¡Era fantástico! Menos ¡HUUUYYY! significaba «sentirse bien » con menor intensidad, aunque no había demasiado cambio en las vibraciones.

Pero un gran ¡HUUUYYY!, o un golpe en mi plexo solar, signi­ficaba que realmente mis vibraciones habían cambiado a al­gún tipo de sentimiento positivo: excitación, deleite, profundo aprecio, o lo que fuera. Significaba que volaba alto, sin estimu­lantes químicos, y lo comprobaba en cada ocasión. El golpe nunca aparecía sin que sintiera algún tipo de alegría. Y nunca, jamás, llegaba esa sensación mientras me sentía «apagada», esto es, ni bien ni mal, sino simplemente sobreviviendo.

¡Estaba tan entusiasmado, que pensé que había descubierto el secreto de la vida! Tal vez lo había hecho, pero sólo en par­te. Todavía no sabía cómo dirigir la energía o enfocarme en los «quiero» o «no quiero». Todo lo que sabía hasta entonces era que cuanto más dirigía el «sentirme bien» hacia una sa­cudida corporal, más atraía mis deseos. Era en comienzo sen­sacional, pero, ¡oh!, cómo desearía haber sabido «el resto de la historia».

Al principio era yo como Mickey Mouse en la película de Disney Fantasía, que jugaba con el sombrero mágico del bru­jo sin conocer sus poderes. Me estaba volviendo una experta en fabricar sentimientos positivos y en lograr un ¡HUUUYYY! Podía hacerlo en un abrir y cerrar de ojos, incluso mientras escuchaba alguna desastrosa noticia, anunciando la muerte de alguna encantadora ancianita. ¡HUUUYYY! Llegaba ese sen­timiento a mi estómago mientras yo mismo provocaba la ale­gría, seguida en momentos por una especie de un sentimiento suave y acogedor, o de estremecimiento en todo mi cuerpo.

Cuanto más me estremecía, más negocios conseguía, así que me estremecía todavía más. Era mágico. El dinero fluía tan rápidamente, que hasta dejé de contarlo. Hacer fluir mi energía se convirtió en tal pasatiempo de rutina, que casi podía predecir cuántos negocios llegarían, por la intensidad y fre­cuencia de mi estremecimiento.

Aunque tenía razón al pensar que las altas frecuencias que estaba originando atraían mis deseos, equivocadamente pen­sé que eso era todo. «No hay problema, sólo elevo mis frecuen­cias lo más alto posible, hago fluir mi energía y me como al mundo. «

¡En lo absoluto! Lo que no sabía entonces era que aun el más ligero cambio de enfoque, dirigido hacia cualquier cosa desagradable, no sólo arrastraba consigo consecuencias no de­seadas, sino que instantáneamente ponía una barrera entre el flujo de cosas buenas y yo, incluyendo el dinero. Una pe­queña lección que no tardaría en aprender.

Durante varios meses, sin embargo, no hubo una sola si­tuación negativa a mí alrededor. ¡Estaba de maravilla! Hacia donde quiera que volviera la vista, las cosas estaban a mi fa­vor. Mi negocio de intermediario hipotecario estaba de maravilla, del cuál obtenía altos ingresos. Sólo me mantenía observando de manera inconsciente las cosas bue­nas que me rodeaban, haciendo correr mi energía y atrayen­do más. ¿Qué más podía pedir?

Entonces, las cosas empezaron a salir mal. El mercado cam­bió y junto con él mi enfoque. Cuando empezaron a subir las tasas de interés, el negocio comenzó a bajar. Ahora toda mi atención estaba concentrada en: «No, no, por favor, no dejen que suban las tasas de interés. No dejen que se hunda el mer­cado. No dejen que este increíble tren se estrelle». Si alguien me hubiera dicho en ese momento que «lo que es» es sólo la plataforma desde la cual lanzas tu siguiente creación, le ha­bría roto la nariz con gusto. Estaba verdaderamente preocu­pado, así que, desde luego, el problema continuó empeorando.

Debido a que estaba tan preocupada con el giro negativo de los acontecimientos, había dejado de sentirme emociona­do. En cambio, había modificado mi enfoque completamente hacia lo que no quería (que el mercado empeorara aún más), en lugar de pensar que se podían establecer otras relaciones (muchos negocios, a pesar del mercado). Pero eso no lo sabía. Cuanto más empeoraba el mercado, peor me sentía. Y cuan­to más mal me sentía, peor marchaba mi negocio. En lugar de escribir otro argumento para mi historia, y encontrar el sentimiento feliz de cómo quería que sucedieran las cosas, mi temor estaba produciendo aún más temor. El problema me estallaba en la cara en proporciones mayúsculas.

El mer­cado andaba por los suelos, no tenía ningún nuevo préstamo en perspectiva y todavía tenía deudas que pagar, que había contraído al lanzar la nueva empresa. ¿Necesito decir más? Las condiciones en las que estaba enfocando mi atención se encontraban lejos, lejísimos de ser de mi gusto…, y el creciente temor que había detrás de ese enfoque hacía que las cosas empeoraran en todos los sentidos.

Pedí dinero prestado para sobrevivir. Me lancé a cuanta acción desesperada se me ocurrió, como contratar a un ven­dedor que estaba en un estado de carencia peor que el mío (naturalmente, en mi situación eso fue todo lo que pude atraer), envié volantes fuera de mis puntos de venta tradicionales, a poblaciones cercanas y, en términos generales, me moví con desesperación de un lado a otro buscando nuevos negocios. Los negocios no llegaron. Me había echado de cabeza en la crea­ción negativa mediante un enfoque del mismo tipo, concen­trando el 100 por ciento de mi tiempo en todo lo que no quería. Había atrincherado tanto esos «no quiero» en mis vibraciones, y los había convertido en una parte tan predominante en mí, que lo único que logré con ello fue abrir la puerta a co­sas todavía más desagradables. No fue una buena época.

Pensando que todavía tenía el secreto, traté de estreme­cerme de nuevo. ¡Inútil! Con tan apasionado enfoque negati­vo, en todas las situaciones sombrías que me rodeaban no había podido provocarlo aunque de ello dependiera mi vida (lo real, a esas alturas, era casi así). Mi pobre Ser expandido pro­bablemente estaba diciendo: «¡Olvídalo!», mientras partía a unas largas vacaciones a otro universo, hasta que yo recu­perara la razón. Mi vibración predominante era negativa, e igual de negativo era todo lo que estaba recibiendo ¡por mon­tones!

Fue en algún momento, en medio de ese flujo emocional, cuando un grupo de mis entusiastas amigos em­pezó a insistir en que leyera todo el material que habían re­copilado acerca de la Ley de la Atracción. Yo estaba tan hundido en mi tristeza, que realmente no me importaba si habían des­cubierto un cargamento repleto de lámparas de Aladino, pero para «quitármelos de encima» y poder volver a mi solitaria desventura, accedí.

Cinco minutos fue todo lo que necesité para percatarme de por qué estaban tan entusiasmados. Por fin aquí estaba «el resto de la historia», todas las piezas que durante tantos años no me había dado cuenta siquiera de que faltaban. En ese mo­mento, mi entusiasmo no habría sido mayor si alguien me hu­biera regalado 50 millones de dólares. En un día diseñé -e inicié con profunda emoción- mi programa de 30 días, descri­to el capítulo 103, el último capítulo de la serie de la Ley de Atracción.

La peor derrota de una persona es cuando pierde su entusiasmo.

 H. W. Arnold

Sin embargo, las cosas no empezaron a cambiar de la no­che a la mañana; me había convertido en un verdadero «adicto a identificar lo negativo. El cambio financiero favorable fue lento, pero absolutamente firme, y un torrente de ideas em­pezó a invadir mi cerebro con las más fabulosas maneras de aumentar los negocios de una forma fácil y divertida. Lo que más me alentaba, sin embargo, era darme cuenta de la, ven­taja con que contaba al tener conocimientos sobre el flujo de energía, sobre el correr de la energía. Ya sabía cómo provo­car, cómo fabricar sentimientos positivos y conservarlos du­rante largo tiempo; incluso sabía cómo engañarme a mí misma para pensar que me estaba sintiendo bien, hasta que realmente lo conseguía.

Lo que con toda seguridad ignoraba antes, era la regla bá­sica de la Ley de la Atracción que dice: «¡En lo que te enfocas, por supuesto, es lo que recibes!». Todo lo que tenía que hacer era desviar mi enfoque del derrumbe del mercado, de mi ca­rencia de dinero en el banco, de que no tenía préstamos en pers­pectiva, de mis deudas y, en cambio, tomar el control exacto de mi enfoque y zarpar hacia la lejanía al atardecer. ¡Sí, claro!

Me tomó algo más que un poco de tiempo, pero finalmente funcionó. Me convertí en uno de los pocos agentes locales que no cerró el negocio, y continué ganando buen dinero en un mercado en ruinas. ¡Qué alegría! Yen el curso del tiempo, gracias a mi persistente atención en mi enfoque, pude convertir mi negocio de una sola persona en una empresa de éxito, con operaciones en tres Estados del país.

Estremecimiento por comando

El arte de sentirse bien no es exactamente algo en lo que ha­yamos avanzado mucho, así que la meta es aprender a hacer­la sobre la marcha.

En ocasiones, ese cambio requiere de un poco (o mucho) de esfuerzo, otras veces descubrirás que puedes hacerla en un abrir y cerrar de ojos. Pero, sin importar lo que se necesite hacer, es fundamental hacerla, cambiar, subir, aunque sea un poco, del lugar donde te encuentras. ¿Cómo? Volvamos a nuestro costal de los trucos mágicos.

Hay tres formas básicas para empezar a sentirse bien, y ya hemos hablado de dos de ellas. Una es buscar, mirar o pensar en algo, en cualquier cosa que nos produzca placer. La otra es hablar con uno mismo hasta lograr un cambio de vibración. La tercera, que es la que exploraremos ahora, se llama «es­tremecimiento», el cual provocará en ti un cambio de vibra­ción EN ESTE MOMENTO.

Estremecerse es una de las formas más fáciles y rápidas que existen para elevar tus vibraciones. Naturalmente, dife­rentes ocasiones requieren de diferentes técnicas. En ocasio­nes cierta actitud lo produce; otras, se requiere de dos o tres métodos para abandonar nuestra adicción a las emociones negativas. Estremecerse es sólo una manera de hacerlo, pero es una técnica. He encontrado que puede ser dinamita pura; la uso casi todos los días de mi vida, aunque sólo sea por un mo­mento o dos.

Una de las razones por las cuales aprender a estremecerse es tan fácil, es porque se puede emplear un impulso para lo­grarlo. Lo que anhelamos, parte de un sentimiento que ema­na de las profundidades mismas de tu ser. Una vez que está activada (una sensación que puedes lograr en menos de un segundo), todo tu cuerpo habrá encendido motores para vi­brar en una frecuencia mucho más alta. Tu válvula está com­pletamente abierta, la fuerza de la vida creativa a la que estaba conectado sólo por un hilo -apenas para mantenerla funcio­nando- ahora fluye a través de ti. Está en absoluta alinea­ción con tu Ser interno/Ser expandido…, y…, puedes sentir la sensación, ¡precisamente en la boca de tu estómago!

Eso es lo que hace tan divertido al estremecimiento. A tra­vés de la emoción, estás creando una innegable sensación física para usarla como un indicador del cambio de vibraciones en tu cuerpo. El proceso completo no es más que un rápido uno-dos y, ¡LOTERÍA!, lo has conseguido.

El impulso para arrancar

Puesto que somos una especie de batería que permanece inerte hasta que nos cargamos, descubrí que la manera más fácil de provocar el estremecimiento era haciendo algo físico que me impulsara hacia un sentimiento agradable. Así que, a falta de cables, ¡recurrí a una sonrisa!

Así es, una pequeña y significativa sonrisa del tipo que nos hace derretimos como la mantequilla en un bollo caliente; la clase de sonrisa que uno no puede evitar al ver a un grupo de gatitos recién nacidos que se revuelcan uno sobre otro, o a un bebé que se ríe sólo por reírse. No una sonrisa fingida, sino una tierna y amorosa, como cuando un niño te enseña su te­soro más preciado. Es una sonrisa externa, sí, pero que se origina en un valioso sentimiento de cariño e interés que está en nuestro interior.

Mientras experimentas ese sentimiento y lo atraes desde tu interior, podrás sentir cómo sonríes desde lo más profun­do de tu ser.  Ahora tienes la que yo llamo la «gentil sonrisa interna», una sensación cálida, encantadora, que se percibe como un suave estremecimiento, o como un delicado remoli­no. Tal vez percibas un leve cosquilleo aquí y allá.

¡Vamos, por favor! No intentes encontrar una explosión de gozo. El sentimiento va a ser muy sutil al principio. No espe­res un huracán que te sacuda y te haga dar vueltas, sólo un delicado -pero notorio- cambio. Sentirás que ese cambio procede de tu interior. Algunas veces sentirás que te sale de atrás de las orejas, otras de tu corazón, otras, de tu plexo solar, otras más de lo alto de tu cabeza, y algunas más de todo tu cuerpo. Si no lo sientes inmediatamente…, mantente relajado y no te preocupes. Sólo declara tu deseo al universo (para sentir el estremecimiento) como un «quiero», o como un pro­pósito. Te garantizo que llegará.

Así que, aproximadamente en uno o dos segundos, habrás logrado que el estremecimiento siga a la «gentil sonrisa in­terna» (créeme, lo sabrás cuando la tengas) y que tu energía cambie radicalmente. Es un «sentirte bien» instantáneo y tam­bién una instantánea elevación de tu frecuencia, que inicia ron una cálida sonrisa externa que proviene de esa también cálida y suave «gentil sonrisa interna».

Después, el sentimiento sustituto

El sentimiento de alta frecuencia de la «gentil sonrisa interna» es magnífico, pero difícil de sostener o de intensificar, a menos que exista algún otro sentimiento más familiar para sustituir­lo. Así que elije otro, como aprecio, gratitud, asombro, etcéte­ra, y trata de conservarlo como tu vibración predominante siguiendo los pasos que se presentan a continuación:

1. Inicia e irradia una sonrisa facial, tan cálida y tierna como te sea posible.

2. Inmediatamente, y con tu sonrisa aún dibujada en la cara, alcanza tu propio interior e inúndalo del tierno sentimiento que viene de esa sonrisa, hasta que la cálida sacudida de tu «gentil sonrisa interna» se vuelva mantequilla derre­tida, y puedas sentir un suave y leve estremecimiento, en alguna parte de ti, sin importar qué tan ligero sea.

3. Una vez que hayas logrado que esa «gentil sonrisa in­terna» funcione, sustituye el leve estremecimiento por el gusto especial de tu predilección, como el afecto, la eu­foria o la simple y vieja sensación de un leve cosquilleo (una de mis favoritas). Selecciona el sentimiento de satisfac­ción que te resulte más fácil de evocar, a voluntad, y aférra­te a él tanto tiempo como te sea posible.

4. (¡Opcional!) Si lo deseas, éste es un buen momento, con tu energía en alta frecuencia, para lograr un «quiero» específico, pero no lo hagas hasta que te hayas acostum­brado a experimentar la emoción sustituta del paso an­terior durante algún tiempo.

Eso es todo: te sentías apagado y angustiado. Y ahora, en cam­bio, te impulsaste con una «gentil sonrisa interna» para po­ner a funcionar tu motor; inmediatamente después, cargaste suficiente energía para mantenerlo funcionando y sustituis­te el impulso con la emoción positiva que elegiste.

Supongamos que elegiste la ternura como sentimiento sus­tituto. Muy bien, una vez que logres tu «gentil sonrisa inter­na» y permanezca en tu rostro, simplemente tienes que conjurar lo necesario para poner en marcha el sentimiento de ternura. Tal vez la sensación sea la misma que al frotar una preciosa rosa contra la mejilla, acariciar dulcemente a un ser amado o atender cariñosamente a un animal herido. Tu siguiente paso será desear intensificar ese sentimiento tanto como te sea posi­ble hasta que puedas sentir el rayo físico de energía en tu cuer­po, no importa cuán sutil sea. Lo que estás experimentando es simplemente energía en movimiento, que se vuelve más noto­ria por tu cambio de frecuencias.

Al principio, es posible que notes la energía circulando por el plexo solar, de manera similar a la sensación de que se te hunde el estómago cuando desciendes por la montaña rusa. El sentimiento puede irradiar desde el plexo solar, pasando por la nuca, hasta llegar a la cabeza, y es posible que percibas también un leve cosquilleo en todo el cráneo. Después de un rato, quizá sientas cómo fluye esa energía simultáneamente hacia tu cabeza y las ingles. De hecho, es probable que sien­tas un poco de excitación sexual. Eso no debe preocuparte por­que dura sólo un momento, pero es una prueba positiva de que tu energía finalmente se ha liberado y de que ha empeza­do a fluir y a moverse a tu alrededor.

Cuanto más lo practiques, más pronto serás capaz de «encen­derte» a voluntad, y de hacer que las energías aumenten, disminuyan o se mantengan estables durante un largo periodo. Yo me he impulsado hacia arriba al ir conduciendo mi auto, al es­tar en la ducha o en el  supermercado, durante tanto tiempo que he sentido que no estoy en este mundo (algo no muy recomenda­ble cuando se está conduciendo). Pero lo importante es que defi­nitivamente puedes aprender a manejar tu energía, y ese es, precisamente, el momento en el que empieza la parte divertida.

Si alguna vez deseas verificar si estás abriendo tu válvula, y con ello iniciando el flujo de energía de alta frecuencia, sólo saca las varitas mágicas descritas s continuación y recurre a la «gentil sonrisa interna». Eso es todo lo que necesitarás. Enseguida observa cómo tus varitas se disparan en respuesta a tu cambio de energía.

Varitas Mágicas

Mucho de lo que está escrito en taller de autoestima pondrá a prueba la lógica y el intelecto de más de uno. «¿Magnetizar sucesos? ¡Tonterías!». «¿Evitar las épocas buenas y crear épocas malas? ¡No es cierto!». Para quienes se sientan desafiados a ese respecto, como yo me sentí alguna vez, podrían encon­trar útil este divertido paquete de cómo-producir-energía, o de hágalo-usted-mismo.

Consigue un par de ganchos de alambre para ropa y corta una «L’ de cada uno de ellos, como de 30 centímetros del lado largo y 13 del corto. Corta un popote de plástico en dos, e introduce en ellos los ganchos cortos. Colócalos de tal forma que puedan girar fácilmente. Dobla las puntas de los ganchos hacia arriba para mantener los popotes en su lugar. Los gan­chos podrían girar sin el popote, pero no lo harían tan libre­mente.

Ahora, tienes un par de lo que yo llamo «varitas mágicas». Sostén las varitas sin apretar, con los popotes frente a ti como si estuvieras apuntando con una pistola. Sostenlas a la altu­ra del pecho y como a unos 25 centímetros de tu cuerpo. Los popotes se mueven hacia todos lados, en respuesta a tu ener­gía, así que espera un poco para que se aquieten y dejen de moverse. Una vez quietos, estarás listo para jugar.

Con la mirada hacia delante, recuerda con sentimiento al­gún suceso desagradable de tu pasado. Dependiendo de la in­tensidad de las emociones que rodean dicho suceso, las varitas permanecerán apuntando hacia delante (intensidad débil) o apuntarán al centro, punta con punta (intensidad fuerte). Las varitas están siguiendo las bandas electromagnéticas alrede­dor de tu cuerpo, las cuales se han ajustado como resultado de la frecuencia negativa generada por tus pensamientos y emociones desagradables.

Ahora, haz que tus frecuencias se vuelvan positivas al pensar en algo increíblemente maravilloso, amable o alegre. O en­fócate en uno de tus hijos o en tu mascota, e inúndalos ente­ramente de tu amor. Las varitas se abrirán rápidamente hacia fuera, ya que tu campo de energía se expande en respuesta a tu flujo de energía positiva.

Para demostrar cómo la energía sigue a tu pensamiento, enfoca tu atención en un objeto lejano a tu derecha o izquier­da, y observa a las varitas seguir tu pensamiento. O empieza a enfocarte en tu ser expandido, tu guía, y obsérvalas sepa­rarse como reacción al enorme aumento en energía que tal pensamiento emocional crea. .

Cuanto más juegues con esto, más aficionado te volverás a sentir el cambio de vibraciones que tiene lugar en tu interior, conforme vas de una frecuencia a otra.

Los aspectos positivos (¡puaff!)

De lo que se trata todo este asunto es de cómo sentirse bien, puesto que nada es más importante, ¡nada! Nada es más im­portante que sentirse bien, y no importa cómo lo consigas. Si con pararte de cabeza lo lo­gras, magnífico. Si con oler un pedazo de madera recién cor­tada lo consigues, sensacional. Haz lo que sea necesario para llegar a ese lugar en el que te sientas mejor que cuando em­pezaste. Sabrás cuando hayas llegado a él, no lo podrás pasar por alto. Lo mismo si se trata simplemente de la decisión de sentirte bien en un momento dado (o incluso de sentirte un poco mejor) que si estás tratando de hallar una nueva forma de «sentirte bien» en torno a un «quiero» en particular. Ge­neralmente puedes encontrar docenas de maneras distintas y extrañas de lograrlo…, si realmente quieres hacerlo.

Pero hay una forma que me reservo para «cuando todo lo demás falla», porque parece que siempre me ha resultado difícil tener que ponerme en la condición correcta. Ese último re­curso, para mí, es encontrar algo positivo precisamente en lo que me provoca enojo; es decir, lo que cerró mi válvula.

Por ejemplo, supongamos que estás atorado en el tráfico debido a un accidente, y que te permites disgustarte de ver­dad. Daremos por hecho que, bajo la circunstancia de tu vál­vula cerrada, no sólo el tráfico no mejorará pronto, sino que la energía negativa estará, en ese mismo momento, afectan­do todos los otros aspectos de tu vida.

Tu trabajo consiste en abrir esa válvula de la forma en que puedas hacerlo. Pero digamos que has «tratado» (una palabra que debes eliminar de tu vocabulario) y nada te ha funcionado, ni la música, ni el estremecimiento, ni el hablar contigo mis­mo. Bueno, cuando todo lo demás falla, sólo queda una alter­nativa. Mira a tu alrededor cualquier aspecto, de la situación en la que estás, o de su entorno inmediato, que valores y que te haga sentir bien.

Tal vez el simple hecho de que tu auto está funcionando, o que no necesitas ir al baño, o la empatía que estás sintiendo por todos esos otros pobres diablos que están tan atrapados como tú en el atasco, o tu aprecio por el grupo médico listo para entrar en acción. ¡Encuentra algo…, cualquier cosa! Em­pieza por hablar contigo mismo sobre ello. Disimúlalo, engáñate a ti mismo; muy pronto comenzarás a sentir ese sutil click con la energía de «sentirte bien» (o, cuando menos, de «sen­tirte mejor»), y tu válvula se abrirá lentamente (puesto que cientos de otros conductores están fluyendo la energía nega­tiva de la furia a tu alrededor; el congestionamiento de tráfi­co tal vez no se resuelva pronto, pero al menos no estarás arruinando otras áreas de tu vida al fluir ese tipo de basura energética).

Ahora, con franqueza, cuando estoy de malhumor, no hay nada que disfrute tanto como permanecer así. Todavía me en­canta renegar y enfurecerme, porque se siente muy bien ha­cerlo. La parte triste del asunto es que también sé que cada vez que hago eso, afecto negativamente todo mi mundo, sin mencionar que estoy atrayendo más de lo que me tiene furio­so, y que simplemente no estoy dispuesto a dejar que eso su­ceda nunca más.

Así que, refunfuñando, encontraré alguna cosa tonta, in­trascendente, insignificante, sin importar lo que sea, que me esté enojando y que podría empezar a considerar -probable­mente- como un aspecto positivo de esa situación o de algu­na persona; algo que -tal vez- pudiera apreciar. Entonces, como un chiquillo malcriado y retador a quien acaban de re­prender, pensaré en alguna forma de empezar a hablar con­migo misma (casi siempre con un gesto de enojo) para sacar a la luz el aspecto positivo que logré encontrar.

Lo que más me molesta cuando estoy con ese estado de ánimo, es que siempre funciona. Encuentro algo que halagar, apreciar o admirar en el sujeto o en el asunto que me ha he­cho enojar, y antes de que me dé cuenta de lo que me golpeó, percibo una corriente que empieza a fluir, puedo sentir real­mente el momento en el que sucede la conexión. Válvula abier­ta, misión cumplida. Ahora puedo dejarlo ir, y permitir que el universo se encargue de hacer su parte.

Molesta por la luz de la entrada

Durante varios años renté una casita que había en la parte posterior de mi propiedad. El trato era que los inquilinos pa­garan el gas de la calefacción, y yo me encargara de la electri­cidad.

Bueno, la rentaba a una joven pareja que insistía en tener encendida la luz del entrada delantero día y noche. Hablé con ellos sobre el asunto varias veces. Sin importar lo que yo di­jera, ellos siguieron dejando encendida esa luz, hasta que empe­cé a «ver las estrellas».

Finalmente, recordé que estaba tratando con alguien a quien le encantaba cerrar válvulas: yo mismo. Cada vez que mira­ba la maldita luz, mi válvula se cerraba bruscamente, mi cena se quemaba, mi perro se ponía insoportable, me cortaba en un dedo, me cancelaban una cita de negocios, mi chimenea chisporroteaba en exceso, se quemaba mi alfombra, y así su­cesivamente. Y todo aquello pasaba mientras yo estaba estudiando la Ley de Atracción, ¡ni más ni menos! ¿Has oído hablar de quien no hace lo que predica?

Así que un día, de mala gana, dije: «Muy bien, encontraré alguna condenada cosa que me agrade de esos dos, y lograré que se abra mi válvula». No pude. O, para decirlo más correctamente, no lo intenté. Y la luz continuó encendida, día y no­che, día tras día, mientras yo «echaba humo». Para entonces, comprendí que aquello era serio y que iba a extenderse como un virus maligno; así que, con cierta renuencia, decidí buscar una bendita cosa en la que yo pudiera pensar que algo ha­bía de bueno en tenerlos ahí.

«Bueno…, está bien, me ayudan a cuidar el patio y eso es lo primero. Son personas decentes, vale la pena tenerlos cerca…, tan tranquilos…, bla, bla, bla». Parecía como buscar una aguja en un pajar, a medianoche, pero pronto noté que mi resisten­cia se suavizaba un poco, y me aferré a lo que se iba salvan­do. Casi imperceptiblemente, y no siempre de buen modo, fui expandiendo el sentimiento y en poco tiempo pude sentir el movimiento del flujo de energía de «sentirme mejor» (no de sentirme bien») a través de mí. LA LUZ SE APAGÓ ESA NOCHE Y de ahí en adelante no volvió a encenderse más que brevemente, cuando llegaban visitas o pedidos de la tienda. Estaba ató­nito.   Estaba asombrado y emocionado ante la continua evidencia de que esta cosa realmente funciona, incluso con las luces de la entrada.

¿Estaba justificada mi reacción de enojo? Por supuesto; pero, ¿y eso qué? No valía la pena arruinar mi mundo por ello, más de lo que ya lo había hecho.

Sólo recuerda: cuando permitas que fluyan sentimientos negativos de cualquier tipo (aunque se trate de la luz de un Entrada), estás haciendo algo mucho más que amplificar esa situación. Estás actuando como la línea defensiva delantera de los Vaqueros de DalIas, impidiendo que todos tus» quie­ro» crucen más allá de la línea de la energía negativa. Al mismo tiempo, esos sentimientos negativos están atrayendo todo tipo de situaciones desagradables, en el proceso. Lo que es peor: si la persona por quien estás molesto es negativa, estarás atra­yendo directamente sus vibraciones hacia ti. ¿Cómo va a va­ler la pena una cosa así?

De cualquier forma que lo veas, y sin importar cuáles sean las razones del pensamiento negativo, lo importante es que ante ellos tu válvula permanece cerrada. Así que, ¡ábrela!

El tesoro de las piedras mágicas

Habrá ocasiones en que un «quiero» /intento en particular nos resulte tan ajeno, que no sepamos cómo nos sentiríamos con él, sobre todo si es de naturaleza emocional o si se refiere a cuestiones espirituales, tales como una comunicación más cer­cana con nuestro concepto de Dios. ¿Cómo encontrar el lugar que ocupa en el sentimiento algo que tan pocas veces -o tal vez ninguna-experimentamos?

O podría haber ocasiones en las que todo lo que queremos es salir de, o alejarnos de lo que sea que tengamos en ese mo­mento, aun cuando no estemos seguros de qué es lo que que­remos obtener, excepto que queremos sentimos mejor de lo que nos estamos sintiendo. ¿Cómo encontramos el lugar del sentimiento en medio de esa confusión?

Existe un par de formas para hacerlo, y tú ya conoces la primera de ellas. Simula el sentimiento de lo que te gustaría tener, de tu deseo, y habla de él con emociones imaginadas, hasta que se te haga agua la boca y, click, ésa es la forma di­recta.

La otra forma es indirecta, y suelo utilizarla con mucho respeto porque por lo general los sentimientos que estoy evo­cando provienen de recuerdos íntimos, profundamente que­ridos. Todos hemos tenido esos momentos especiales de la vida que no podemos olvidar, ni describir; momentos que podría­mos llamar de renacimiento. Son piedras mágicas encerra­das para siempre en nuestro cofre del tesoro. Se trata de los momentos de la vida más valiosos y significativos.

En una noche tranquila, quizá cuando las estrellas parez­can más brillantes que nunca, y el aire esté lleno de fragan­cias nocturnas, elige un lugar cómodo, relájate, disfruta de la belleza del momento, y retrocede hasta que tu memoria evo­que aquel tiempo tan especial. O siéntate junto a la ventana, muy temprano por la mañana, y observa cómo empieza a asomar el sol del otro lado del cielo, dirígete hacia esa piedra mágica que tienes en tu memoria. Busca ese momento de tu vida que no-vas-a olvidar-nunca, y permítete experimentarlo como un recuerdo amoroso que te envuelve por completo.

¿Qué sabor dejó en ti aquella piedra mágica? ¿Fue amor indescriptible, o una revelación espiritual? Quizás fue satis­facción suprema, alegría desmedida, o absurda frivolidad. No necesitas ponerle una etiqueta al sentimiento, sólo recono­cerlo como un tesoro de tu propio ser.

Así pues, cuando no puedas encontrar otra forma de evo­car el sentimiento de tu deseo, o en momentos de desespera­ción en los que no logres hallar nada que aminore tu dolor, cuando no tengas a mano los medios que requieres para cam­biar los sentimientos que tienes en esos momentos, recurre a tu piedra mágica porque en ella encontrarás el consuelo del amor incondicional, procedente de tu «Yo interno/Ser expan­dido». Cuando aquella experiencia y tu percepción se encuentren en el lugar del sentimiento, tú y tu «Ser expandido» serán uno solo, y dejarás de enfocarte en tu bloqueo emocional o en tu dolor.

Trae ahora el deseo de tu corazón como ofrenda a este sen­timiento e introduce ese deseo, de manera respetuosa, en las energías curativas del sentimiento recordado. O no hagas sino disfrutar de la emoción que evoca en ti ese momento querido. Descansa con él y ten la seguridad de que todo estará bien.

La magia de la apreciación

Existen sólo tres estados del ser, en torno a los cuales todos giramos, a lo largo del día. Si pudiéramos percibir, aunque fuera una pequeña fracción de tiempo, lo que estamos sin­tiendo cada momento del día, tendríamos una gran oportu­nidad de cambiar nuestras vibraciones.

Modalidad de víctima

Es el marco mental de: «¡Oh-Dios-me-lo-están-haciendo-de­nuevo-y-no-hay-nada-que-yo-pueda-hacer!»; en este caso no vamos a ninguna parte, sólo damos vueltas en círculos nega­tivos, atrayendo siempre lo mismo del pasado.            .

Modalidad de término medio

En esta modalidad no estamos ni arriba, ni abajo; sólo fun­cionamos con combustible de segunda categoría. No emiti­mos energía de ningún tipo, y seguramente no estamos atrayendo cosa alguna. En término medio, no sólo estamos viviendo los resultados de nuestra errática producción de energía, sino de la de todos los demás (lo semejante atrae lo semejante, ¿recuerdas?). ¡Muy desagradable! Yeso es lo que la mayoría de nosotros hacemos, la mayor parte del tiempo.

Modalidad de conectado

¡Ahora estás motivado! ¡Prendido! Tus altas frecuencias ya no atraen las vibraciones negativas de otros. Estás abastecido con la energía pura y positiva del bienestar, vibrando en armonía con tu «ser expandido», fluyes energía positiva y atraes even­tos positivos. Mientras estás a salvo te rodeas de seguridad.

Modalidad de víctima, modalidad de término medio o mo­dalidad de conectado, siempre nos encontraremos en una de las tres. Nuestra meta, desde luego, es llegar a la modalidad de conectado con tanta frecuencia y por tanto tiempo como podamos, por lo cual debemos tender hacia la energía positi­va y muy alta de la sensibilidad.

La vibración de sensibilidad es la frecuencia más profun­damente importante que podemos sostener, porque es la más cercana al amor cósmico que existe. Cuando algo nos vuelve sensibles, estamos en perfecta armonía de vibración con nuestra fuente de energía, o energía de Dios. Llámala como quieras.

Puedes impulsarte o ir directamente al sentimiento; no exis­te diferencia alguna. Lo importante es saber que un minu­to de fluir la intensa energía de sensibilidad, contrarresta mi­les de horas pasadas en la modalidad de víctima o de término medio.

Pero, ¡cuidado! No basta sólo con pensar en la sensibili­dad. Eso no borra todo. El pensamiento es hacia afuera, el sentimiento es hacia adentro. No puedes tomar la decisión de ser sensible ante algo, y dejarlo ahí. Tiene que existir esa necesidad emocional que fluye de las profundidades de tu ser, para que funcione.

No obstante, ninguna de esas cosas significa que tienes que ser salvado de un accidente que ha puesto en riesgo tu vida por un grupo de rescatistas, para sentirte sensible. De hecho, fluir sensibilidad no es realmente tan difícil. Puedes emitirla con intensidad ante un anuncio que veas por la calle, si quieres. No te rías, yo lo hago todo el tiempo para mante­nerme en forma. Como cualquier otra habilidad, emitir energía requiere de una práctica constante y hay algo absurdamen­te satisfactorio en producir toneladas de amor, adoración y sensibilidad ante un anuncio que señala: «¡Cuidado!: hom­bres trabajando». Yo la dejo fluir frente a las luces rojas del semáforo, los anuncios espectaculares, los pájaros que pasan volando, lo que queda de un árbol que han cortado, un ani­mal muerto, una tormenta invernal y, desde luego, ante la gente.

Ocasionalmente, en el supermercado, selecciono la perso­na de peor aspecto más cercana a mí, para poder encontrar algo que admirar en ella, y producir la vibración más alta que me sea posible. Tal vez sea sensibilidad, o quizá un sincero amor a Dios. En una ocasión hice esto con una viejecita cas­carrabias, que parecía dispuesta a comerme antes que a de­jarme pasar. La empujé, y en ese momento se dio la vuelta buscando furiosa lo que sintió que la golpeaba, mientras yo le sonreía con inocencia.

Ése es mi juego de “abraza-a-un-vagabundo», en el que me imagino a un perfecto desconocido en la calle (o donde sea) y yo corro a abrazarnos como si fuéramos viejos amigos que no se han visto en años. De ser necesario, empieza con gente de tu agrado, con alguien que no te importaría que se sentara junto a ti en la barra de un restaurante. Poco a poco, aumenta el grado de dificultad de tu selección en el aspecto social, hasta que finalmente no marques ninguna diferencia en la clase de vagabundos que sean.

Limítate a ver -ya sentir profundamente- cómo ambos se reconocen alegremente, y se lanzan felices a ese gigantes­co abrazo de oso, mientras surge entre todos un amor pro­fundo. No sé con cuántas personas he hecho eso mientras camino por la calle, y los he visto darse vuelta buscando qué ha producido lo que sintieron.

La vibración de sensibilidad es también la vibración más elevada y más rápida que podemos usar para atraer algo. Si pudiéramos dirigirla a cualquier cosa y a todo…, todo el día…, tendríamos garantizado el cielo en la Tierra en cualquier momento; viviríamos felizmente y para siempre con más ami­gos, más dinero, más relaciones placenteras, en total segu­ridad y más cercanos al Dios de nuestro ser, de lo que es posible imaginar.

Enamórate

¡Ah!, «el único» ha llegado finalmente a tu vida. Flotas por el ai­re, con la cabeza en las nubes, consumido por un sentimiento eufórico que desafía cualquier descripción. ¡Estás enamorado!

Nada te molesta. El mundo es dulce, el día es glorioso, es primavera a la mitad del invierno. Incluso los desconocidos son hermosos. Flotas en el aire, ¡estás enamorado!

¿Sabías que puedes provocar ese sentimiento a voluntad? no me refiero a las intensas sensaciones sexuales, sino al es­tremecimiento emocional, a la sensación de mareo. Puedo ase­gurarte que si estás enamorado, nada, absolutamente nada, te hará sentir tan bien como eso, ni nada elevará tus vibra­ciones tan rápidamente como eso.

De ese modo puedes permanecer en esa vibración todo el día, con la convicción de que estás atrayendo tus «quiero», o de que puedes Colocar un «quiero» específico exactamente en el centro de ese sentimiento que te hace estar en las nubes. En este caso tu energía renovada hará que se realicen tus deseos.

¿Recuerdas tu primer amor, y cómo hacía que te pareciera que todo estaba en su lugar? Los problemas resultaban tri­viales, comparados con el mundo lleno de novedad en el que sentías que tocabas el cielo.

Ve ahí de nuevo. Enamórate, y te sentirás intensamente vivo. Lo único que te faltará será el aspecto sexual; fuera de eso, todo lo demás será una réplica de las cosas reales, porque se trata de una cosa real. Eso es lo que tú eres, todo lo que estás haciendo es conectarte de nuevo. Además de eso, es muy divertido soñar. Y mientras estás metido en ello, disfruta del estremecimiento que sacude todo tu cuerpo y de ese suave aletear en la boca de tu estómago.

Siempre la dulzura

Cuando todo falla, cuando has intentado todo, sin éxito, para sentirte aunque sea un poco mejor, he aquí algo que debes recordar.

Seas hombre o mujer, dentro de ti existe una dosis de ter­nura, una gentileza, una dulzura tan sublime, que si pudie­ras tocarla llorarías conmovido. Agresivos o tiernos, mendigos o millonarios, todos la tenemos porque eso es lo que somos. Esa dulzura no tiene nada que ver con la personalidad. No se trata de ser débil, o fuerte; de ser un inútil cualquiera en lugar de un poderoso líder. Tiene que ver contigo, se trata de lo que tú eres.

Para despertar esa presencia (generalmente oculta), sólo necesitas pedirla. Conviértela en un «quiero», o en un inten­to, y después espera, escucha, percibe y permítete tener la experiencia. Una vez que hayas sentido esa dulzura, ese pre­cioso don dentro de ti, podrás evocar esa misma sensación en cualquier momento, donde quiera que lo desees. Sin embar­go, se necesita mucho valor para que tú mismo te permitas vivirla, porque en ese agradable lugar se encuentra la vibra­ción más elevada de todo lo que tú eres. Una vez que hayas encontrado ese estado natural, habrás llegado a casa, a ti mismo. Tu mundo nunca volverá a ser el mismo, porque tú nunca volverás a ser el mismo. Y tampoco tus vibraciones.

En los días más bajos

Mientras vivamos en estos cuerpos, vamos a tener días bajos. En esos días en que todo marcha bien (y que eso podría im­portarte menos) sólo recuerda que un día malo no es nada más que una válvula cerrada. Tu energía negativa está aumen­tando. No es gran cosa, así que, adelante. Permítete experimen­tar esa endemoniada carga de baja de energía, de tal modo que te hartes de tener sentimientos negativos.

Pero si realmente pretendes salir de esas sombrías vibra­ciones, una buena forma de hacerlo es dejar que tus ojos se detengan en la cosa más pequeña e insignificante que puedas encontrar. Impúlsate con tu sonrisa física, alcanza la «gentil sonrisa interna» y ofrece tu amor a esa cosa insignificante de la forma en la que desees.

Tal vez sea sólo una brizna de polvo, una revista, o un peda­zo de cable. Trata de apreciar esa pequeña cosa, envuélvela en amor como si fuera el tesoro más preciado de tu vida, algo que hubieras perdido durante mucho tiempo y que ahora recupe­ras. Te asombrará ver con qué facilidad cambiarán tus vibra­ciones.

Ese enfoque que no requiere de gran esfuerzo, generalmente funciona para mí; pero si no lo hace, recurro a una técnica que nunca me falla en la que. Empiezo bailando por toda la casa y cantando alguna cancioncita tonta, como Los días feli­ces han vuelto (cuando de lo que tengo ganas es de gritarle a mi pobre perro), o ¡Qué hermosa mañana! (cuando de lo que rengo ganas es de dejarme caer en una silla y ponerme a llo­rar), o alguna otra pequeña tontería que invento, que me obliga a ponerme en movimiento.

Utilizo ese recurso cuando estoy completamente deprimi­da, pero decidida a no quedarme así. Sin embargo, cuando me siento tan decaída, generalmente ‘necesito varias horas para que algo me funcione, de tal forma que esa danza alocada se convierte en el principio de algo real. Literalmente libera la energía que se había estancado, hasta que logro conectarme ron «sentirme mucho mejor». Entonces, en cuestión de ho­ras, el teléfono empieza a sonar, surgen negocios, recibo invi­taciones de mis amigos y se me ocurren ideas para volver a ganar dinero. Siempre me ha funcionado. La clave es: haz cual­quier cosa que creas que puede ayudar a seeentirte mejor.

Asimismo, cuando estás completamente deprimido, hablarte a ti mismo por tu nombre, en forma tierna y tranquilizante, logra maravillas. «Todo va a salir bien, Paco, lo prometo, todo va a estar bien. Vas a salir de ésta». Limítate a hablar…, sobre cualquier cosa que te tranquilice…, hasta que te sientas mejor.

Un paso pequeño y ligero a la vez, cuando se está con el áni­mo por los suelos; un poco de aquí, un poco de allá, sirve de mucho. Puede llevarte un par de horas, o un par de días, pero finalmente sentirás que tu resistencia disminuye, y que se produce ese maravilloso click, que indica que te has conecta­do y que has abierto tu válvula.

¡Conéctate, conéctate, conéctate!

Sin importar dónde estés, siempre podrás conectarte con al­gún tipo de sentimiento positivo si en verdad lo deseas.

Conéctate mientras miras hacia afuera por la ventana de tu cocina. Conéctate al salir de la puerta de tu casa por la mañana. Conéctate mientras te deslizas hacia tu silla de rue­das (si la precisas). Conéctate cuando abordes el metro. Conéctate mientras estás barriendo el patio. Conéctate al sacar fotocopias. Conéctate mientras caminas por la calle. Conéctate mientras das de comer a tus mascotas.

Hasta que puedas sentir ese estremecimiento de alegría, ese estremecimiento de sensibilidad, de estar enamorado o de sentir gratitud, incluso cuando el sentido común te diga que no tienes nada que agradecer, que no estás fluyendo energía para llegar a algún lado en especial. Si tu deseo es lanzarte a una nueva vida, aprende a conectarte y a dirigirte hacia don­de quieras, sin importar lo que esté sucediendo a tu alrede­dor. ¡NO IMPORTA QUÉ!

Si quieres cambiar algo, si quieres mejorar la situación en la que estás, si quieres gozar de ese magnífico sentimiento de realización, o de una profunda felicidad que no hayas experi­mentado antes, si quieres tener cualquier cosa que no tengas ahora, entonces aprende a encender tu motor, ¡y conéctate!