163-Curso de autoestima

163-Curso de autoestima. Para ver en video: https://www.youtube.com/watch?v=0m35UwTSOgs

163. Cómo Puedo Resolver  los Temas de Salud

Autoestima 163- Como puedo resolver los temas de salud – Curso de autoestima – Podcast en iVoox

“Una buena salud física, comienza con una buena salud emocional y mental”.

–  Gene Ware.

La gran mayoría de la comunidad civilizada interpreta que enfermar es sufrir un proceso que la ciencia concibe como el producto de una causa. Un proceso de cuyo tratamiento se ocupan los médicos. Solemos enfermar de dos maneras. Una, aguda, que es transitoria y breve, y otra, crónica, más prolongada y lenta, que puede progresar, detenerse o retroceder a veces hasta la curación completa. El curso de las enfermedades puede ser benigno o maligno, y las molestias o los sufrimientos que ocasionan pueden ser leves o graves.

Gracias al desarrollo de la ciencia y de la técnica la medicina puede hacer hoy, en beneficio del enfermo, muchísimo más de lo que ayer hubiéramos podido siquiera imaginar. Muchas enfermedades son rápidamente «derrotadas» y sin embargo (quizás sea mejor decir: precisamente por eso) se destacan cada vez más las situaciones en que el enfermo se siente desamparado e incomprendido frente al sistema médico o, sencillamente, su enfermedad evoluciona mal. También sucede que, a medida que la medicina progresa en su capacidad de responder al cómo la enfermedad se constituye, va quedando cada vez más insatisfecha la antigua pregunta, a menudo relegada a lo inconciente, con la cual la enfermedad siempre nos enfrenta: ¿por qué ha sucedido? En el fondo sabemos que no es suficiente con decir que hemos tomado frío, nos hemos expuesto a un contagio, tuvimos mala suerte, malos hábitos, o una predisposición que viene de familia.

Estamos acostumbrados a pensar que una enfermedad es un trastorno material o, si no se trata de eso, es la descompostura de un mecanismo de funcionamiento. Cuando aceptamos que lo psíquico influye sobre el cuerpo, pensamos en lo psíquico como en una fuerza capaz de generar una alteración en la maquinaria que constituye nuestro cuerpo físico. Nos parece entonces que curar la enfermedad es, ante todo, reparar la máquina, y que la función de la psicoterapia se limita a impedir que la influencia psíquica dificulte la tarea o que repita la perturbación. Aunque admitimos que lo psíquico puede ser una causa, nos cuesta creer que «por sí sólo» pueda generar una enfermedad completa, una enfermedad «en serio», en la cual intervengan, por ejemplo, los microbios. Por lo tanto es más difícil aún aceptar que la parte psíquica pueda ayudar a la sanación.

Las Enfermedades son un mensaje

El cuerpo no me funciona

Me duele, me sangra, me molesta, supura, se me tuerce, se me hincha, cojea, me arde, envejece, ve mal, oye mal, es una ruina… Más cualquier otra queja que a usted se le ocurra.

Mis relaciones no funcionan

Son sofocantes, exigentes, no están nunca, no me apoyan, siempre están criticándome, no me quieren, jamás me dejan tranquilo, están todo el tiempo metiéndose conmi­go, no se preocupan por mí, me llevan por delante, jamás me escuchan, etcétera. Más cualquier otra queja que a us­ted se le ocurra.

Mis finanzas no funcionan

Mis entradas son insuficientes, irregulares, no me bastan. El dinero se me va más rápido de lo que entra, no me alcanza para pagar las cuentas, se me escurre entre los dedos, etcéte­ra. Más cualquier otra queja que a usted se le ocurra.

Mi vida no funciona

Jamás consigo hacer lo que quiero. No puedo contentar a nadie. No sé lo que quiero. Nunca me queda tiempo para mí. Mis necesidades y deseos siempre quedan postergados. Si hago esto no es más que por complacerlos. No soy más que un títere. A nadie le importa lo que yo quiero. No tengo talento. No soy capaz de hacer nada bien. No hago más que postergar decisiones. A mí nada me sale bien. Etcé­tera. Más cualquier otra queja que a usted se le ocurra.

Las personas que expresan estás quejas creen que conocen el problema, pero no son más que el efecto externo de formas de pensar, que son internas. Por debajo de las pautas internas del pensamiento se oculta otra pauta, más profunda y más fundamental, que es la base de todos los efectos externos.

Para entender el entorno de la enfermedad antes que la enfermedad, les pregunto a las personas que me consultan aún antes de saber que les duele ó que malestar físico traen

¿Qué está sucediendo en su vida?

¿Cómo anda de salud?

¿Cómo se gana la vida?

¿Le gusta su trabajo?

¿Cómo van sus finanzas?

¿Cómo es su vida amorosa?

¿Cómo terminó su última relación?

Y la anterior a ésa, ¿cómo terminó?

Hábleme brevemente de su niñez.

Observaría mientras contesta su postura corporal y los movimientos faciales, su mirada, pero sobre todo, escuchar realmente lo que dice y cómo lo dice. Las ideas y las palabras crean nuestras experiencias futuras. Mientras lo escucho, puedo entender fácilmente por qué tiene precisamente esos problemas.

Las palabras que pronunciamos son indicadores de lo que interiormente pensamos. A veces, las palabras que expresadas no cuadran con las experiencias que describen. En­tonces sé que no están en contacto con lo que realmente su­cede, o que me están mintiendo; una de dos. Y cualquiera de las alternativas es un punto de partida, y nos proporciona una base desde la cual comenzar.

Les doy unas hojas de papel y un bolígrafo y les pido que escriban en lo alto de la página: DEBERIA

Se trata de hacer una lista de cinco o seis maneras de ter­minar esa oración. Hay personas a quienes se les hace difí­cil empezar, y otras que tienen tantas cosas para escribir que se les hace difícil detenerse.

Después les pido que vayan leyendo las frases de la lista una a una, comenzando cada oración con un «Debería…», y a medida que las van leyendo, les pregunto: «¿Por qué?».

Las respuestas que obtengo son interesantes y revelado­ras como las siguientes:

Porque me lo dijo mi madre.

Porque me daría miedo no hacerlo.

Porque tengo que ser perfecto.

Bueno, es lo que tiene que hacer todo el mundo.

Porque soy demasiado perezoso, demasiado alto, dema­siado bajo, demasiado gordo, demasiado tonto (o del­gado, feo, inútil…).

Esas respuestas me enseñan cuál es el punto en que están atascados en sus creencias, y cuáles creen que son sus limi­taciones.

No hago comentarios sobre las respuestas. Cuando han terminado con la lista, les hablo de la palabra «debería».

Creo que «debería» es una de las palabras más dañinas de nuestro lenguaje. Cada vez que la usamos estamos, de he­cho, hablando de una «equivocación». Decimos que estamos equivocados, o que lo estuvimos o que lo estaremos. No creo que necesitemos más equivocaciones en nuestra vida. Lo que necesitamos es tener más libertad de elección. A mí me gustaría hacer desaparecer para siempre de nuestro vo­cabulario la palabra «debería», y reemplazarla por «podría». «Podría» nos permite una opción, y nunca nos equivoca­mos.

Después pido al consultante que vuelvan a leer las frases de la lista una a una, pero que esta vez empiecen cada ora­ción diciendo: «Si realmente quisiera, podría…». Eso arroja sobre el tema una luz completamente nueva.

Mientras van respondiendo, pregunto con dulzura por que no lo han hecho. También aquí podemos oír respuestas reveladoras:

Porque no quiero.

Tengo miedo.

No sé cómo.

Porque no sirvo para nada.

Etcétera.

Con frecuencia me encuentro con personas que se repro­chan desde hace años algo que, para empezar, jamás quisieron hacer. O que se critican por no hacer algo que en reali­dad no fue idea de ellas, sino de otra persona que alguna vez, les dijo que «deberían…». Cuando se dan cuenta de eso, ya pueden ir borrando aquello de su «lista de deberías», ¡y con qué alivio!.

Fíjense en toda la gente que durante años intenta estudiar una carrera que ni siquiera les gusta, sólo porque los padres les dijeron que deberían ser dentistas o maestros. Piensen cuántas veces nos hemos sentido inferiores porque cuan­do éramos niños nos dijeron que deberíamos ser más des­piertos o más ricos, o más creativos, como el tío tal o la pri­ma cual.

¿Qué tiene usted en su «lista de deberías» que ya podría ir borrando con sensación de alivio?

Después de pasar revista a esta breve enumeración, las personas empiezan a considerar su vida desde un ángulo nue­vo y diferente. Se dan cuenta de que mucho de lo que pen­saban que deberían hacer son cosas que ellos, en realidad, jamás habían querido hacer, y que  al intentarlo sólo procuraban complacer a alguien. En muchos casos, se dan cuenta de que si no hacen lo que quieren es porque tienen miedo de no ser lo bastante capaces.

Ahora el problema ha empezado a cambiar. Me consegui­do que inicien el proceso de dejar de sentir que «están equi­vocados» porque no están ajustándose a ninguna norma ex­terna.

Después empiezo a explicarles mi filosofía de la vida, tal como esta presentada a lo largo de éste taller de autoestima. Yo creo que la vida es realmente muy simple. Lo que recibimos del exterior es lo que antes enviamos. El Universo apoya totalmente cada idea que decidimos pensar y creer. Cuando somos peque­ños, de las reacciones de los adultos que nos rodean apren­demos nuestras creencias y nuestros sentimientos hacia no­sotros mismos y hacia la vida. Sean cuales fueren esas creencias, al crecer las reeditaremos como experiencias. Sin embargo, se trata solamente de formas de pensar, y el momento del poder es siempre el presente. Los cambios se pue­den iniciar en este mismo momento.

Amarse a sí mismo

Independientemente de lo que parezca ser el problema, lo más importante es centrarse en una única cosa, “Amarse a sí mismo”. El amor es la cura milagro­sa: si nos amamos, aparecen los milagros en nuestra vida.

No estoy hablando de vanidad ni arrogancia ni engrei­miento, porque nada de eso es amor: no es más que miedo. De lo que hablo es de tener un gran respeto por nosotros mismos, y de estar agradecidos por el milagro de nuestro cuerpo y de nuestra mente.

Para mí, «amor» es apreciación llevada a un grado tal que me llena el corazón hasta rebosar. El amor puede orientarse en cualquier dirección, yo puedo sentir amor por:

El proceso de la vida como tal.

El júbilo de estar vivo.

La belleza que veo.

Otra persona.

El conocimiento.

El funcionamiento de la mente.

Nuestro cuerpo y la forma en que funciona.

Los animales, aves y peces.

La vegetación en todas sus formas.

El Universo y la forma en que funciona.

¿Qué puede añadir usted a esta lista?

Veamos algunas formas en que no nos amamos:

Nos regañamos y criticamos interminablemente.

Maltratamos el cuerpo con la mala alimentación, el al­cohol y otras drogas.

Aceptamos creer que no somos dignos de amor.

No nos atrevemos a cobrar un precio digno por nuestros  servicios.

Creamos enfermedades y dolor en nuestro cuerpo.

Nos demoramos en hacer las cosas que nos beneficiarían.

Vivimos en el caos y el desorden.

Nos creamos deudas y obligaciones.

Atraemos amantes y compañeros que nos humillan.

Piense cuáles son algunas de sus maneras.

Si, de la manera que sea, negamos nuestro bien, ése es un acto en que no nos amamos a nosotros mismos. Recuerdo a una persona que me consulto que usaba lentes para la vista. Un día se libró de un an­tiguo miedo que le venía de la infancia, y a la mañana si­guiente, al despertarse, se dio cuenta de que las lentes de contacto le molestaban demasiado para ponérselas. Miró a su alrededor y comprobó que veía con perfecta claridad.

Sin embargo, se pasó el día entero diciéndose para sus adentros: «Pues no me lo creo». Al día siguiente volvió a usarlas. Nuestro subconsciente no tiene sentido del humor. No podía creer aquella persona que se hubiera creado una vista perfecta.

El desconocimiento del propio valor es otra forma de ex­presar que no nos amamos a nosotros mismos.

La limpieza de la casa mental

Ahora es el momento de examinar un poco más nuestro pa­sado, de echar un vistazo a algunas de esas creencias que han venido rigiéndonos.

A algunas personas esta parte del proceso de limpieza se les hace muy dolorosa, pero no tiene por qué serlo. Debemos mirar qué es lo que hay que limpiar antes de poder hacerlo.

Si uno quiere limpiar una habitación a fondo, empezará por revisar todo lo que hay en ella. Habrá algunas cosas que mirará con ternura, y las lustrará o les quitará el polvo para darles una belleza nueva. Con otras, tomará nota de que ne­cesitan una reparación o un retoque. Habrá algunas que ja­más volverán a servirle, y es el momento de deshacerse de ellas. Las revistas y los periódicos viejos, como los platos de papel usados, se pueden tirar con toda calma a la basura. No hay necesidad de enojarse para limpiar una habitación.

Lo mismo sucede cuando estamos limpiando nuestra casa mental. No hay necesidad de enojarse porque alguna de las creencias que guardábamos en ella ya no sirva. Dejémosla partir tan fácilmente como, después de haber cenado, arro­jamos a la basura los restos de comida. Realmente, ¿busca­ría usted en la basura de ayer algo para preparar la cena de esta noche? Y para crear las experiencias de mañana, ¿rebus­ca en la vieja basura mental?

Si una idea o una creencia no le sirve, ¡renuncie a ella!. Ninguna ley dice que porque una vez haya creído en algo, tiene usted que seguir haciéndolo para siempre.

Veamos, pues, algunas de esas creencias que nos limitan y observemos de dónde vienen.

La decisión de cambiar

Una vez han llegado a este punto, la reacción de muchas per­sonas consiste en levantar las manos al cielo, horrorizadas ante lo que podemos llamar el desastre de sus vidas, y renun­ciar a cualquier intento de hacer nada. Otras se enfadan con­sigo mismas o con la vida, y también abandonan la partida.

En general, piensan que si la situación es desesperada, y parece imposible hacer cambios, ¿para qué intentarlo?. Y el razonamiento continúa así: «Quédate como estás. Por lo menos es un sufrimiento que ya sabes cómo manejar. No te gusta, pero ya lo conoces, y es de esperar que las cosas no empeoren».

Para mí el enfado habitual es como quedarse sentado en un rincón con un sombrero de burro. ¿No les suena fami­liar?. Sucede algo y uno se enfada; sucede otra cosa, y vuel­ve a enfadarse, una y otra vez, pero nunca se va más allá del enojo.

¿De qué sirve esto? Es una reacción tonta que desperdi­cie uno su tiempo sin hacer nada más que enojarse. También es negarse a ver la vida de una manera nueva y diferente.

Sería mucho más útil preguntarse cómo es que uno va creando tantas situaciones enojosas.

¿Cuál cree usted que es la causa de todas estas frustracio­nes?. ¿Qué es lo que usted emite, que genera en los otros la necesidad de irritarlo?. ¿Por qué cree que necesita enojarse para conseguir lo que quiere?.

Cualquier cosa que demos, la volvemos a recibir. Si lo que damos es enojo, estamos creando situaciones que nos darán motivos de enojo, como si nos quedáramos en un rin­cón con un sombrero de burro, sin ir a ninguna parte.

Si mis palabras han hecho que usted se enfadara, ¡perfec­to!. Es que deben estar dando en el blanco. Y eso es algo que usted, si quisiera, podría cambiar.

Tome la decisión de disponerse a cambiar

Si realmente quiere saber hasta qué punto es terco, encare la idea de estar dispuesto a cambiar. Todos queremos que nuestra vida cambie, que nuestra situación mejore, pero no queremos tener que cambiar. Más bien querríamos que cambiaran ellos. Para hacer que eso suceda, debemos cam­biar nosotros interiormente. Debemos cambiar nuestra ma­nera de pensar, nuestra manera de hablar, nuestra manera de expresarnos. Sólo entonces se producirán los cambios ex­ternos.

Éste es el paso siguiente. Ya nos hemos dedicado bastan­te a aclarar cuáles son los problemas y de dónde provienen. Ahora es hora de disponerse a cambiar.

Yo he sido siempre muy terco. Incluso ahora hay veces que, cuando decido hacer algún cambio en mi vida, esa ter­quedad aflora y refuerza mi resistencia a cambiar mi modo de pensar. Y puedo volverme temporalmente incoherente y, enfadada, refugiarme en mí mismo.

Sí, eso me sigue pasando después de tantos años de traba­jo. Es una de las lecciones que he aprendido, porque ahora, cuando me sucede, sé que me encuentro, ante un punto cru­cial en mi camino. Cada vez que decido hacer un cambio en mi vida, para liberar alguna otra cosa, tengo que profundi­zar más en mí mismo. Cada uno de esos viejos estratos debe ceder para ser reemplazado por maneras de pensar nuevas. A veces es fácil, y otras es como empeñarse en levantar una piedra con una pluma.

Cuanto más tenazmente me aferró a una vieja creencia cuando he dicho que quiero cambiar, más seguro estoy de que ese cambio es importante para mí. La diferencia principal entre cómo solía trabajar yo en esta labor de liberación de creencias y la forma en que lo hago hoy reside en que ahora ya no tengo que enojarme conmigo misma para hacerlo. En estos momentos, ya no creo que sea una mala persona porque todavía encuentre en mí cosas para cambiar.

En primer lugar, vamos a dejar clara una cosa: Mucha gente ama los problemas de salud, o en cualquier caso, la mayoría de ellos. Los utilizan admirablemente conciente ó inconcientemente para compadecerse de si mismo y atraer la atención de los demás hacia ellos. En las pocas ocasiones en que no ha sido así, ha sido sólo porque han ido demasiado lejos. Más lejos de lo que tú pensabas que irían cuando los creaste.

Debes entender algo que probablemente ya sabes: toda enfermedad es creación de uno mismo. Incluso los médicos más convencionales están empezando a ver que la gente crea sus propias enfermedades.

La mayoría de las personas lo hacen de un modo totalmente inconsciente (ni siquiera saben que lo hacen). Así, cuando caen enfermos, no saben qué les pasa. Parece como si algo les aconteciera, en lugar de haberse hecho ellos algo a sí mismos.

Esto ocurre por que la mayoría de las personas van por la vida inconscientemente, y no sólo en lo que se refiere a la salud y sus consecuencias.

Fuman, y luego se sorprenden porque tienen cáncer.

Ingieren mucha grasa, y luego se sorprenden porque tienen las arterias obstruidas.

Se pasan la vida enfadándose, y luego se sorprenden porque tienen infartos.

Compiten con los demás – despiadadamente, y bajo un estrés increíble -, y luego se sorprenden porque tienen apoplejías.

La verdad que se oculta tras todo esto es que a la mayoría de las personas les preocupa su muerte.

La preocupación es precisamente la peor forma de actividad mental que hay después del odio, y resulta profundamente autodestructiva. La preocupación no tiene sentido. Es malgastar la energía mental. Además, crea reacciones bioquímicas que dañan el cuerpo, produciendo un sinfín de problemas que van desde una simple indigestión hasta un paro cardíaco.

La salud mejorará casi en el mismo momento en que cese la preocupación.

La preocupación es la actividad de una mente que no está en sincronía con emociones y espíritu.

El odio es la enfermedad que resulta más gravemente perjudicial para la mente. Envenena el cuerpo, y sus efectos son prácticamente irreversibles.

El temor es lo más opuesto a todo lo que Eres, y, en consecuencia, ejerce un efecto de oposición en tu salud física y mental. El temor es la preocupación llevada al extremo.

La preocupación, el odio y el temor – junto con sus vástagos: la ansiedad, la amargura, la impaciencia, la avaricia, la crueldad, la severidad y la condena -, todo ello ataca el nivel celular del cuerpo. En estas condiciones, resulta imposible tener un cuerpo sano.

Del mismo modo – aunque en un grado algo inferior -, la presunción, la falta de moderación y la gula producen malestar físico, o falta de bienestar.

Toda enfermedad ha sido creada antes en la mente.

Nada ocurre en tu vida ni en la de nadie – nada – sin que primero haya sido un pensamiento. Los pensamientos son como imanes, que atraen sus efectos sobre uno. Puede que el pensamiento no siempre sea evidente – y, en consecuencia claramente casual -, tal como: “Voy a contraer una terrible enfermedad”. Es posible que sea (y normalmente es) mucho más sutil que eso: “No merezco vivir”; “Mi vida es un lío”; “Soy un perdedor”; “Dios va a castigarme”; “Estoy hasta la coronilla de mi vida”.

Estos pensamientos constituyen una forma de energía muy sutil, pero sumamente poderosa. Las palabras son menos sutiles, más densas. Las acciones constituyen la forma más densa de las tres. La acción es energía en una forma física fuerte, con un movimiento potente. Cuando piensas, hablas y actúas según un concepto negativo tal como “Yo soy un perdedor”, pones una enorme cantidad de energía en movimiento. No es de extrañar que tomes un resfriado; y aún eso sería lo de menos.

Resulta muy difícil invertir los efectos del pensamiento negativo una vez que estos han adquirido forma física. No es imposible, pero sí muy difícil. Se requiere un acto de fe excepcional. Se requiere una extraordinaria confianza en la fuerza positiva del universo, llámese Dios, Diosa, Motor Inmóvil, Fuerza Primera, Causa Primera, o lo que sea.

El pensamiento no conoce distancias. Viaja alrededor del mundo y atraviesa el universo en menos tiempo del que tardas en pronunciar la palabra.

La mente corroída por pensamientos negativos, algunos de ellos provienen del exterior de la persona que acepto tomarlos como validos. Muchos de ellos realmente son inventos de la propia persona, que les dan abrigo y cobijo durante horas, días, semanas, meses, e incluso años… cayendo enfermos.

Se pueden “resolver algunos problemas de salud”, si se resuelven los problemas del  pensamiento. Efectivamente, se pueden curar algunas de las enfermedades que se han manifestado (que se ha dado la persona a sí misma), además de prevenir nuevos e importantes problemas en fase de desarrollo. Y todo esto se puede lograr cambiando algunos patrones de pensamiento.

La parte física requiere también de atención. Cuidamos pésimamente el cuerpo, prestándole muy poca atención hasta que no sospechamos que algo anda mal. No hacemos precisamente nada en el sentido de un mantenimiento preventivo. Cuidamos más al coche que al cuerpo, y no exagero.

No sólo no previmos posibles problemas realizando chequeos médicos anuales, y utilizando las terapias y medicinas de que se disponen; también maltratamos nuestro cuerpo terriblemente entre estas visitas respecto a las que no hacemos nada.

No lo ejercitamos, de modo que se vuelve flojo y, lo que es peor, débil por falta de uso. No lo alimentamos adecuadamente, con lo cual aún se debilita más.

Luego lo llenamos de toxinas y venenos, y de las más absurdas sustancias que decimos son comida. Y aún así, ese maravilloso motor funciona; aún así, sigue adelante, haciendo frente a este ataque.

Las condiciones bajo las cuales pedimos al cuerpo que sobreviva, son horribles. Pero poco o nada el saber esto nos hace tomar acciones y cambios al respecto. Leerás esto, moverás la cabeza afirmativamente, mostrando arrepentimiento, y continuarás con el maltrato. ¿Y sabes por qué? Porque no tienes ninguna voluntad de vivir.

Es una simple afirmación de una verdad. Al igual que todas las afirmaciones de verdad, posee la cualidad de despertarte. Pero a algunas personas no les gusta que les despierten. A la mayoría. Prefieren seguir dormidas.

Pretendo despertarte. A veces, cuando una persona está profundamente dormida, hay que sacudirla un poco.

Te aseguro que mucha gente tiene muy poca voluntad de vivir. Ahora puedes negarlo, pero en este caso tus actos hablan más fuerte que tus palabras.

Si has encendido un solo cigarrillo en tu vida – mucho más si has fumado un paquete diario durante veinte años, es que tienes muy poca voluntad de vivir. No te importa lo que haces a tu cuerpo.

Y si una sola vez has introducido alcohol en tu cuerpo, es que tienes muy poca voluntad de vivir. El cuerpo no está hecho para ingerir alcohol; perjudica a la mente.

Dirás que se puede tomar con moderación. El cuerpo puede recuperarse más fácilmente de un abuso moderado. Por lo tanto, el dicho resulta útil. Sin embargo, mantengo mi afirmación: el cuerpo no está hecho para ingerir alcohol.

Mira, la verdad es la verdad. Ahora bien, si alguien dice: “Un poco de alcohol no va a hacerme daño”, y sitúa esta afirmación en el contexto de una vida tal como la vives en este momento, tendría que estar de acuerdo con eso. Pero eso no cambia la verdad de lo que he dicho. Simplemente te permite ignorarla.

Sin embargo, considera esto. Las personas agotan sus cuerpos, normalmente, entre los cincuenta y los ochenta años. Algunos duran más, pero no mucho. Otros dejan de funcionar antes, pero tampoco son mayoría.

La gente parece satisfecha con la vida tal como la vive. Pero la vida – y puede ser que te sorprenda saberlo – se hizo para ser vivida de un modo totalmente distinto. Y tu  cuerpo se concibió para durar mucho más tiempo. Estudios al respecto sitúan que el proceso de envejecimiento comienza a los 30 años con un deterioro de funciones de 1% anual lo que daría como un límite funcional de 105 años sin tener en este período porque sufrir problemas físicos ó llegar incompleto. ¿Conoce usted alguien de al menos unos 65 ó 70 años con un grado de salud compatible con ésta escala?

Holística

El cuerpo físico fue creado como una magnífica posibilidad, una maravillosa herramienta, un glorioso medio que nos permita experimentar la realidad que hemos creado con la mente. El alma concibe, la mente crea, el cuerpo experimenta. Así, el círculo queda completo. Los tres aspectos del Yo son totalmente equiparables entre sí. Cada uno tiene su función, pero ninguna función es mayor que las otras; ni, en realidad, hay ninguna función que preceda a las demás. Todas se hallan interrelacionadas de manera exactamente igual.

Concebir, crear, experimentar. Lo que concebimos, lo creamos; lo que creamos, lo experimentamos; lo que experimentamos, lo concebimos.

He aquí por qué se dice que, si puedes hacer que tu cuerpo experimente algo (la abundancia por ejemplo), pronto albergarás ese sentimiento en tu alma, la cual a su vez lo concebirá de una nueva manera (a saber, abundante), ofreciendo a tu mente un nuevo pensamiento al respecto. De este nuevo pensamiento surge más experiencia, y el cuerpo empieza a vivir una nueva realidad como un estado permanente del ser.

Tu cuerpo, tu mente y tu alma (espíritu) son uno. En este sentido eres, en microcosmos, como el Todo Divino, el Todo Sagrado, la Suma y la Sustancia.

Los mensajes del cuerpo

El cuerpo, como todo en la vida, es un espejo de nuestras ideas y creencias. El cuerpo está siempre hablándonos; sólo falta que nos molestemos en escucharlo. Cada célula de su cuerpo responde a cada una de las cosas que usted piensa y a cada palabra que dice.

Cuando un modo de hablar y de pensar se hace continuo, termina expresándose en comportamientos y posturas corporales, en formas de estar y de «mal estar». La persona que tiene continuamente un gesto ceñudo no se lo creó teniendo ideas alegres ni sentimientos de amor. La cara y el cuerpo de los ancianos muestran con toda claridad la forma en que han pensado durante toda una vida. ¿Qué cara tendrá usted a los ochenta años?.

Te recomiendo para mayor amplitud del tema los libros:

  • Cuerpo sin edad, mente sin tiempo, autor Deepak Chopra
  • Tu puedes sanar tu vida, autora Louise L. hay