162-Curso de autoestima

162-Curso de autoestima. Para ver en video: https://www.youtube.com/watch?v=-UfLLWxfTn0

162. Cómo Pueden “Despegar” Tus Relaciones

Autoestima 162- Como pueden despegar tus relaciones – Curso de autoestima – Podcast en iVoox

“Todos los triunfos nacen cuando nos atrevemos a comenzar”.

– Gene Ware.

¿Qué necesito aprender sobre las relaciones como para que vayan sobre ruedas? ¿Hay alguna manera de ser feliz en las relaciones? ¿Acaso deben suponer constantemente una prueba?

No tienes nada que aprender sobre las relaciones. Únicamente has de manifestar lo que ya sabes. Hay una manera de ser feliz en las relaciones y: consiste en utilizarlas para el fin que les es propio, y no para el que tú les has designado.

Las relaciones son una prueba constante; constantemente invitan a crear, expresar y experimentar las más elevadas facetas de ti mismo, las mayores visiones de ti mismo, las más magnificas versiones de ti mismo. En ninguna otra parte puedes realizar esto de un modo más inmediato, efectivo e inmaculado que en las relaciones. En realidad, si no fuera por las relaciones no podrías realizarlo en absoluto.

Sólo a través de tus relaciones con otras personas, lugares y acontecimientos puedes existir (como una cantidad cognoscible, como algo identificable) en el Universo. Recuérdalo: en ausencia de algo distinto, tú no eres. Eres únicamente lo que eres en relación a otra cosa que no es. Así es en el mundo de lo relativo.

Cuando entiendes esto con claridad, cuando lo comprendes en profundidad, entonces bendices intuitivamente todas y cada una de tus experiencias, todo encuentro humano, y especialmente las relaciones personales humanas, pues las ves como algo constructivo en su más alto sentido. Ves que pueden utilizarse, que deben utilizarse, que se utilizan (lo quieras o no), para construir Quién Realmente Eres.

Esta construcción puede ser una magnífica creación de tu propio designio consciente, o una estricta configuración de los acontecimientos. Puedes elegir ser una persona que sea producto simplemente de lo que haya acontecido, o de lo que hayas elegido ser y hacer en función de lo que haya acontecido. Es en esta última forma en la que la creación del Yo se realiza.

Bendice, por tanto, toda relación, y considera cada una de ellas como especial y constitutiva de Quién Realmente Eres y ahora eliges ser.

Ahora bien, respecto a las relaciones humanas individuales de tipo romántico, ¡esas que siguen dándote tantas preocupaciones! Fracasan, (en realidad, las relaciones nunca fracasan, excepto en el sentido estrictamente humano de que no producen el resultado que quieres), es porque se habían iniciado por una razón equivocada.

Por supuesto, “equivocado” es un término relativo, que significa algo opuesto a lo que es “correcto”, sea lo que sea. Resultaría más exacto, decir “las relaciones fracasan – cambian – más a menudo cuando se han iniciado por razones no totalmente beneficiosas o que conduzcan a su supervivencia”.)

La mayoría de la gente inicia las relaciones con las miras puestas en lo que puede sacar de ellas.

El objetivo de una relación es decidir qué parte de ti mismo quisieras ver “descubierta”; no qué parte de la otra persona puedes capturar y conservar.

Sólo puede haber un objetivo para las relaciones, y para toda la vida: ser y decidir Quien Realmente Eres.

Resulta muy romántico decir que tú no eras “nada” hasta que llego esa otra persona tan especial; pero no es cierto. Y, lo que es peor, supone una increíble presión sobre esa persona, forzándole a ser toda una serie de cosas que no es.

Al no querer “desengañarte”, tratas con gran esfuerzo de ser y hacer esas cosas, hasta que ya no puede más. Ya no puede completar el retrato que te has forjado de él o de ella. Ya no puede desempeñar el papel que se le ha asignado. Surge el resentimiento. Y después la cólera.

Finalmente, para salvarse a sí misma (y la relación), esa otra persona especial empieza a recuperar su auténtico yo, actuando más de acuerdo con Quien Realmente Es. Y en ese momento es cuando dices que “realmente, ha cambiado”.

Resulta muy romántico decir que, ahora que esa otra persona especial ha entrado en tu vida, te sientes completo. Pero el objetivo de la relación no es tener a otra persona que te complete, sino tener a otra persona con la que compartir tu completitud.

He aquí la paradoja de todas las relaciones humanas: no necesitáis a una determinada persona para experimentar plenamente Quienes Eres, y… sin otro, no Eres nada.

Aquí radica a la vez el misterio y el prodigio, la frustración y la alegría de la experiencia humana. Requiere un conocimiento profundo y una total voluntad vivir en esta paradoja de un modo que tenga sentido. Y observo que muy pocas personas lo hacen.

La mayoría iniciáis sus relaciones en los primeros años de madurez, con esperanza, plenos de energía sexual, el corazón abierto de par en par y el alma alegre e ilusionada.

En algún momento entre los cuarenta y los sesenta años (y para la mayoría más pronto que tarde), renunciáis a tu más magnífico sueño, abandonáis tu más alta esperanza, y te conformas con tus menores expectativas; o con nada en absoluto.

El problema es sumamente básico, sumamente sencillo; y, sin embargo, trágicamente mal interpretado: Tu más magnífico sueño, tu más alta idea y tu más acariciada esperanza se ha referido a tu amado otro, en lugar de a tu amado Yo. La prueba de tus relaciones se ha referido al hecho de hasta qué punto el otro se ajusta a tus ideas, y en qué medida consideras que tu te ajustas a las suyas. Sin embargo, la única prueba auténtica se refiere al hecho de hasta qué punto tú te ajustas a las tuyas.

Las relaciones son sagradas porque proporcionan la más grandiosa oportunidad en la vida – en realidad, la única oportunidad – de crear y producir la experiencia de tu más elevado concepto de ti mismo. Las relaciones fracasan cuando las consideras la más grandiosa oportunidad de crear y producir la experiencia de tú más elevado concepto de otro.

Si dejas que, en una relación con otra persona, cada uno se preocupe de Sí mismo: de lo que Uno mismo es, hace y tiene; de lo que Uno mismo quiere, pide, obtiene; de lo que Uno mismo busca, crea, experimenta… todas las relaciones servirán magníficamente a este propósito, y a quienes participen en ellas.

Deja que, en la relación con otra persona, cada uno se preocupe, no del otro, sino sólo y únicamente de Sí mismo.

Parece una enseñanza extraña, ya que te han dicho que en la forma más elevada de relación uno se preocupa únicamente del otro. Pero Yo te digo esto: es el hecho de centrarte en el otro – de obsesionarte con el otro – lo que hace que las relaciones fracasen.

¿Qué es el otro? ¿Qué hace? ¿Qué tiene? ¿Qué dice, quiere o pide? ¿Qué piensa, espera o planea?

El Maestro entiende que no importa lo que el otro sea haga, tenga, diga, quiera o pida. No importa lo que el otro piense, espere o planee. Sólo importa lo que tú hagas en relación con ello.

La persona que más ama es la persona que está más centrada en Sí misma.

Esta no es una enseñanza radical si la observas con atención. Si no te amas a ti mismo, no puedes amar a otro. Mucha gente comete el error de tratar de amarse a Sí mismo a través de amar a otro. Por supuesto, no se dan cuenta de lo que hacen. No se trata de un esfuerzo consciente, sino de algo que se da en la mente, a un nivel muy profundo, en lo que llamáis el subconsciente. Piensan: “Si puedo amar a otros, ellos me amarán a mí. Entonces seré alguien digno de ser amado, y, por lo tanto, Yo me amaré a mí mismo”.

El reverso de esto es que muchas personas se odian a sí mismas porque piensan que no hay nadie que las quiera. Se trata de una enfermedad; es el verdadero “mal de amores”, pues lo cierto es que sí hay otras personas que les quieren, pero no importa. No importa cuánta gente manifieste su amor hacia ellos; nunca es suficiente.

En primer lugar, no creen en ti. Piensan que tratas de manipularles, que tratas de sacar algo de ellos. (¿Cómo podrías quererlos por lo que realmente son? No. Debe haber un error. ¡Seguro que quieres algo! Entonces ¿qué es lo que quieres?)

Se cruzan de brazos, tratando de comprender cómo alguien puede realmente quererles. Así, no te creen, y emprenden una campaña para hacer que se lo demuestres. Tienes que demostrarles que les quieres. Y, para hacerlo, pueden pedirte que empieces a cambiar tu conducta.

En segundo lugar, si finalmente aceptan que pueden creer que les quieres, inmediatamente empiezan a preocuparse acerca de cuánto tiempo lograrán mantener tu amor. Así, con el fin de conservarlo, empiezan a cambiar su conducta.

De este modo, dos personas se pierden a sí mismas  – literalmente – en la relación. Inician la relación esperando encontrarse a sí mismas, y, en lugar de ello, se pierden a sí mismas.

Esta pérdida de Uno mismo en una relación es lo que provoca la mayor parte de la amargura en estas parejas.

Dos personas se unen para compartir su vida, esperando que el todo será más que la suma de las partes, y se encuentran con que es menos. Se sienten menos que cuando estaban solos. Menos capaces, menos hábiles, menos apasionantes, menos atractivos, menos alegres, menos contentos…

Y ello es así porque son menos, porque han renunciado a la mayor parte de lo que son con el fin de tener – y conservar – la relación.

Las relaciones nunca han tenido por qué ser así. Pero así es como las han experimentado la mayoría de las personas.

Porque la gente ha perdido el contacto (si es que alguna vez lo tuvo) con el propósito de las relaciones.

Cuando has dejado de ver a los otros como almas sagradas en un viaje sagrado, no puedes ver el propósito, la razón, que se oculta tras toda relación.

El alma ha venido al cuerpo, y el cuerpo ha venido a la vida, con el propósito de evolucionar. Estas en evolución; estas en devenir. Y utilizáis tus relaciones con cualquier cosa para decidir aquello que queréis devenir.

Esa es la tarea que has venido a realizar aquí. Esa es la alegría de crearse a Sí mismo. O de conocerse a Sí mismo. O de llegar a ser, conscientemente, lo que uno quiere ser. Eso es lo que significa ser consciente de Uno mismo.

Has traído a tu Yo al mundo relativo para poder disponer de las herramientas con las que conocer y experimentar Quienes Realmente Eres. Y Eres quién tú te creas en relación con todo lo demás.

Tus relaciones personales constituyen el elemento más importante en este proceso. Por lo tanto, tus relaciones personales son “tierra santa”. Prácticamente no tienen nada que ver con el otro, pero, puesto que implican a otro, tienen todo que ver con el otro.

Esta es la divina dicotomía. Este es el círculo perfecto. Puede que no sea un mal objetivo en tu vida conocer la parte más elevada de Ti mismo, y permanecer centrado en ello.

Tu primera relación, pues, debe ser contigo mismo. Debes aprender primero a honrarte, cuidarte y amarte a Ti mismo.

Debes verte primero a Ti mismo como estimable para poder ver al otro como tal. Debes verte primero a Ti mismo como bienaventurado para poder ver al otro como tal. Debes verte primero a Ti mismo como santo para poder reconocer la santidad en el otro.

Este es el mensaje que no ha sido escuchado; esta es la verdad que no has sido capaces de aceptar. Y esta es la razón por la que nunca te enamoras realmente, auténticamente, de otra persona. Porque nunca te has enamorado realmente, auténticamente, de ti mismo.

Así, deja que te diga algo: céntrate ahora y siempre en Ti mismo. Preocúpate de observar lo que tú eres, haces y tienes en un momento dado, y no cómo les va a los demás. No debes buscar tu salvación en la acción del otro, sino en tu reacción.

Entiendo que de alguna manera, esto suena como si no debiéramos preocuparnos de lo que los otros nos hacen en la relación con nosotros. Pueden hacer cualquier cosa, y, mientras conservemos nuestro equilibrio, nos mantengamos centrados en Nosotros mismos y todas esas cosas, nada nos afectará. Pero de seguro tu experiencia es que lo que hacen los demás si nos afecta. A veces, sus actos sí nos hacen daño. Y cuando el dolor aparece en las relaciones con otra persona es cuando no sabemos qué hacer. Está muy bien decir: “manténte al margen; haz que no te afecte en absoluto”, pero eso resulta más fácil de decir que de hacer. Nos han hecho daño las palabras y las acciones de las personas con quienes hemos tenido ó tenemos relaciones.

Pero llegará el día en que no te lo harán. Y será el día en que realices – y actualices – el auténtico significado de las relaciones con los demás; su auténtica razón.

Sí reaccionas del modo en que lo haces, es porque has olvidado esto. Pero eso está bien. Forma parte del proceso de crecimiento; forma parte de la evolución. Es la Obra del Alma la que construyes en la relación con los demás; se trata de un grandioso conocimiento, de un grandioso recuerdo. Hasta que recuerdes eso – y recuerdes también cómo utilizar la relación como una herramienta en la creación de Ti mismo -, debes trabajar en el nivel en el que estás. El nivel del conocimiento, el nivel de la voluntad, el nivel de la remembranza.

Así, hay una serie de cosas que puedes hacer cuando reaccionas con dolor ante lo que la otra persona es, dice o hace. La primera es admitir con franqueza lo que sientes exactamente, tanto a ti mismo como a la otra persona. Muchos de tu tenéis miedo de hacer esto, pues pensáis que vais a “quedar mal”. En alguna parte, en lo más profundo de ti, te das cuenta de que probablemente es ridículo que “pienses así”. Probablemente resulta mezquino; Eres “mejores que eso”. Pero no es culpa tuya: sigues pensando así.

Sólo hay una cosa que puedes hacer al respecto. Debes honrar tus sentimientos, puesto que honrar tus sentimientos significa honrarte a Ti mismo. Y debes amar a tu prójimo como a ti mismo. ¿Cómo puedes aspirar a entender y honrar los sentimientos de otra persona si no puedes honrar  los que albergas en tu interior?

La primera pregunta en cualquier proceso de interacción con otra persona es: ¿Quién Soy, y Quién Quiero Ser, en relación con ello?

A menudo no recuerdas Quiénes Eres, y no sabes Quién Quieres Ser, hasta que pruebas algunos modos de ser. He aquí por qué resulta tan importante honrar tus sentimientos más auténticos.

Si vuestro primer sentimiento es negativo, el hecho de tener dicho sentimiento a menudo es suficiente para desecharlo. Es cuando estas colérico, estas molesto, estas disgustado, estas furioso, tienes el sentimiento de querer “hacer daño”, cuando puedes rechazar estos sentimientos primarios en tanto “no forman parte de Quien Quieres Ser”.

El Maestro es aquel que ha vivido las suficientes de tales experiencias como para saber por adelantado cuál es su elección definitiva. No necesita “probar” nada. Ya ha llevado antes esa ropa, y sabe que no le sienta bien; no es “la suya”. Y, puesto que la vida de un Maestro está dedicada a la realización constante del Yo tal como uno mismo sabe que es, nunca albergará esos sentimientos “que no le sientan bien”.

He aquí por que los Maestros se muestran imperturbables frente a lo que los demás llamarían calamidades.  Un Maestro bendice la calamidad, pues sabe que a partir de la semilla del desastre (y de toda experiencia) crece el Yo. Y el segundo objetivo de la vida de un Maestro es crecer siempre, ya que, una vez se ha realizado plenamente a Sí mismo, no tiene otra cosa que hacer excepto ser más que eso.

Puedes crear a Quién Realmente Eres una y otra vez. En realidad, lo estás haciendo; cada día. Sin embargo, actualmente no siempre respondes de la misma manera. Frente a una experiencia externa idéntica, puede que un día decidas ser paciente, amable y cariñoso en relación a ella; y otro día puede que decidas enfadarte, ser desagradable y estar triste.

El Maestro es aquel que siempre responde de la misma manera; y esa manera es siempre la opción más elevada.

En esto, el Maestro es inmediatamente previsible; por el contrario, el discípulo es totalmente imprevisible. Se puede afirmar si alguien se halla en camino de ser Maestro simplemente observando con qué grado de previsibilidad escoge la opción más elevada en respuesta o como reacción a una determinada situación.

Por supuesto, eso plantea una pregunta: ¿cuál es la opción más elevada?

Se trata de una pregunta sobre la que han girado las filosofías y las teologías del hombre desde el principio de los tiempos. Si la pregunta te interesa realmente, es que estás ya en camino de ser Maestro, ya que lo cierto es que a la mayoría de las personas les interesa otra pregunta totalmente distinta.. No cuál es la opción más elevada, sino cuál es la opción más beneficiosa; o bien cómo puedo reducir mis pérdidas al mínimo.

Cuando se vive la vida desde el punto de vista del control de las pérdidas y la optimización de los beneficios, se pierde el auténtico beneficio de la vida. Se pierde la oportunidad. Se pierde la posibilidad. Y ello porque una vida vivida de ese modo es una vida vivida con temor; y esa vida afirma una mentira sobre tu.

Puesto que no Eres temor, Eres amor. El amor que no necesita protección no puede perderse. Pero nunca lo sabes por propia experiencia si sigues respondiendo a la segunda pregunta, y no a la primera; ya que sólo una persona que piensa que hay algo que ganar o que perder responde a la segunda pregunta; y sólo una persona que contempla la vida de un modo distinto, que se ve a Sí misma como un ser superior, que entiende que lo importante no es ganar o perder, sino únicamente amar o dejar de amar, sólo esa persona responde a la primera.

Quien responde a la primera pregunta afirma: “yo soy mi cuerpo”; quien responde a la segunda, “yo soy mi alma”.

Quién tenga oídos para oír, que oiga; pues te aseguro que en el momento crítico de toda relación humana, sólo hay una pregunta:

¿QUÉ HARÍA EL AMOR?

Ninguna otra pregunta es importante; ninguna otra pregunta es significativa; ninguna otra pregunta tiene la menor importancia.

Topamos aquí con un punto de muy delicada interpretación, ya que este principio de la acción basada en el amor ha sido muy mal interpretado, y esta mala interpretación ha dado origen a resentimientos y enfados, lo cual, a su vez, ha hecho que muchos se apartaran del camino.

Durante siglos, te han enseñado que la acción basada en el amor se deriva de la decisión de ser, hacer y tener cualquier cosa que produzca el mayor bien a otro.

Pero deja que te diga algo: la opción más elevada es la que te produce el mayor bien a ti mismo.

Al igual que toda verdad espiritual profunda, esta afirmación se presta inmediatamente a una mala interpretación. El misterio se aclara un poco en el momento en que uno decide cuál es el mayor “bien” que puede hacerse a sí mismo. Y cuando se ha tomado la opción absolutamente más elevada, el misterio desaparece, el círculo se completa, y el mayor bien para uno mismo se convierte en el mayor bien para el otro.

Puede que se necesite mucha conciencia para entender esto y ponerlo en práctica, ya que esta verdad gira en torno a otra aún mayor: lo que te haces a Ti mismo, se lo haces al otro; lo que haces al otro, te lo haces a Ti mismo.

Y ello, porque tú y el otro Eres uno.

Y ello, porque……no hay nada más que tú.

Sin embargo, para la mayoría de las personas se ha quedado simplemente en una gran verdad esotérica con escasa aplicación práctica. En realidad se trata de la verdad “esotérica” con mayor aplicación práctica de todos los tiempos.

En las relaciones con los demás es importante recordar esta verdad; sin ella, dichas relaciones resultarán más difíciles.

Volvamos a las aplicaciones prácticas de este saber, y dejemos, por el momento, su aspecto puramente espiritual y esotérico.

Muy a menudo, con la anterior interpretación, la gente – con buena intención y, en muchos casos, auténtico sentimiento religioso – hacía lo que consideraba que sería lo mejor para la otra persona. Lamentablemente, todo esto hacía que en muchos casos (en la mayoría de los casos) se continuara abusando del otro; que continuaran los malos tratos y las disfunciones en las relaciones.

Finalmente, la persona que trataba de “hacer lo correcto” para con el otro – perdonar en seguida, mostrar compasión, hacer continuamente la vista gorda ante determinados problemas y comportamientos – se convertía en una persona resentida, colérica y desconfiada, incluso ante Dios, pues ¿cómo puede un Dios justo pedir ese sufrimiento, esa tristeza y ese sacrificio interminables, aunque sea en nombre del amor?

 La respuesta es que Dios no pide eso. Dios pide únicamente que te incluyas a ti mismo entre aquellos a quienes amas.

Pero Dios aún va más lejos. Dios propone – y aconseja – que te incluyas el primero.

Y lo hago con plena consciencia de que algunos llamarán a esto blasfemia, y, en consecuencia, no lo considerarán como valido, y que otros harán algo que quizás sea peor: mal interpretarla o distorsionarla para sus propios fines.

Te lo aseguro: ponerte a ti mismo en primer lugar, en su más elevado sentido, nunca lleva a realizar un acto ególatra.

Por lo tanto, si te has sorprendido a ti mismo cometiendo un acto ególatra  como resultado de haber hecho lo que es mejor para ti, la confusión radica no en haberte puesto a ti mismo en primer lugar, sino en no haber entendido bien qué es lo mejor para ti.

Por supuesto, determinar qué es lo mejor para ti requerirá que determines también que es lo que pretendes hacer. Se trata de un paso importante, que mucha gente ignora. ¿Cuál es tu “plan”? ¿Cuál es tu propósito en la vida? Sin responder previamente a esta pregunta, la cuestión de qué es lo “mejor” para ti en unas circunstancias dadas seguirá siendo un misterio.

Desde un punto de vista practico, si buscas que es lo mejor para ti en aquellas situaciones en las que eres maltratado, como mínimo lograrás que cese el mal trato. Y eso será bueno para ti y para la persona que te maltrata, ya que también la persona que maltrata es maltratada en tanto se le permite continuar con su mal trato.

Ello no favorece, sino que perjudica, a la persona que maltrata; ya que, si ve que se acepta su mal trato, ¿qué habrá aprendido? Pero si ve que su mal trato deja de ser aceptado ¿no se le habrá permitido descubrir algo?

Por lo tanto, tratar a los demás con amor no significa necesariamente permitirles que hagan lo que quieran.

Los padres lo aprenden muy pronto con respecto a sus hijos. Pero los adultos no lo aprenden con la misma rapidez con respecto a los otros adultos. Ni las naciones con respecto a las otras naciones.

No se debe permitir que proliferen los déspotas, sino que hay que poner fin a su despotismo. El amor hacia Uno mismo, y el amor hacia el déspota lo exigen así.

Esta es la respuesta a tu pregunta: “Si el amor es todo lo que hay, ¿cómo podría el hombre justificar nunca la guerra?”

A veces el hombre debe ir a la guerra para realizar la más grandiosa afirmación de quién es realmente: aquel que abomina la guerra.

Algunas veces debes renunciar a Quien Realmente Eres con el fin de ser Quien Realmente Eres.

Hay Maestros que lo han enseñado así: no puedes tenerlo todo hasta que no estás dispuesto a renunciar a todo.

De este modo, para poder “tenerte” a ti mismo como un hombre de paz, puede que tengas que renunciar a la idea de ti mismo como un hombre que nunca va a la guerra. La Historia ha requerido de los hombres decisiones de este tipo.

Lo mismo vale para la mayoría  de los individuos y la mayoría de las relaciones personales. Más de una vez, la vida puede requerir que demuestres Quien Eres manifestando un aspecto de Quien No Eres.

Esto no resulta tan difícil de entender si has vivido unos cuántos años; pero para la juventud idealista puede parecer el colmo de la contradicción.

Ello no significa, en el contexto de las relaciones humanas, que si te hacen daño tú tengas que hacer daño “a cambio” (ni tampoco en el contexto de las relaciones entre naciones). Significa sencillamente que permitir al otro que continuamente te haga daño puede que no sea el mejor acto de amor por tu parte; ni hacia ti mismo ni hacia el otro.

Esto debería acabar con determinadas teorías pacifistas según las cuales el amor más elevado impide cualquier respuesta enérgica a lo que uno considera malo.

Una vez más, el discurso adquiere un cariz esotérico, puesto que ningún análisis serio de tal información puede ignorar la palabra “malo”, y los juicios de valor que invita a formular. En realidad, no hay nada malo; únicamente fenómenos y experiencias objetivos. Sin embargo, tu propio objetivo en la vida requiere que selecciones, de entre la creciente serie de interminables fenómenos, unos cuantos dispersos a los que llamas malos; ya que, si no lo hicieras, no podríais llamarte a ti mismo bueno, ni a ninguna otra cosa, y – por lo tanto – no podrías conocerte, o crearte, a ti mismos.

Por eso a lo que llamas malo te define a ti mismo; y por eso a lo que llamas bueno.

El mayor mal consistiría, pues, en no declarar malo nada en absoluto.

En esta vida, existes en el mundo de lo relativo, donde una cosa puede existir  únicamente en relación con otra. Esta es al mismo tiempo la función y el objetivo de la relación: proporcionar un ámbito de experiencia en el que puedas encontrarte a ti mismo, definiéndote y – si lo decides – recrear constantemente Quienes Eres.

Decidir ser como Dios no significa que decidas ser un mártir. Y, desde luego, no significa  que decidas ser una víctima.

Una de las maneras de llegar a ser un Maestro – una vez eliminada toda posibilidad de dolor, perjuicio o daño – podría consistir muy bien en reconocer el dolor, el perjuicio o el daño como parte de tu experiencia, y decidir Quien Eres en relación con ello.

Sí, es cierto que lo que los demás piensen, digan o hagan a veces te hará daño;  hasta que deje de hacértelo. Con ello conseguirás más rápidamente una total honradez, si estas dispuesto a afirmar, reconocer y declarar exactamente lo que piensas acerca de cualquier cosa. Di tu verdad, con amabilidad pero completa. Vive tu verdad, gentilmente pero de modo pleno y consecuente. Cambia tu verdad, con facilidad y con rapidez, cuando tu experiencia te aporte una nueva luz.

Nadie en su sano juicio te diría, cuando experimentas dolor en una relación: “aléjate de ella, haz que no signifique nada”. Si estás experimentando dolor, es demasiado tarde para hacer que no signifique nada. Tu tarea en este momento consiste en decidir que significa, y manifestarlo; puesto que, al hacerlo así, eliges y te haces Aquel que Pretendes Ser.

Así, no tienes que ser una sufrida esposa o un despreciado marido, o la víctima de las relaciones, para que estas sean santas, o para hacerme grato a los ojos de todos.

Y no tienes que aguantar agresiones a tu dignidad, asaltos a tu orgullo, perjuicios a tu psique ni heridas a al corazón para poder decir que “doy lo mejor de mí” en una relación, o que “cumplí con mi deber” o “con mi obligación” a los ojos de Dios y de los hombres…  Ni por un momento.

Entonces, te ruego que me digas: ¿qué promesas debo hacer en una relación?, ¿qué acuerdos debo cumplir? ¿Qué obligaciones comporta una relación? ¿Qué pautas debo buscar?

Quiero decirte que no tienes ninguna obligación. Ni respecto a las relaciones, ni respecto a nada en la vida. Ni tampoco ninguna restricción o limitación, ninguna pauta ni ninguna regla. Ni estás obligado por ninguna circunstancia ni situación, ni por ningún código de leyes. Ni eres merecedor de castigo por ninguna ofensa, ni eres capaz de cometerla, puesto que no hay nada “ofensivo” a los ojos de Dios.

No hay ningún camino que no pueda funcionar si estas dedicado a la tarea de crear tu Yo. Si, por el contrario, te imaginas que estás dedicado a la tarea de tratar de ser lo que algún otro quiere que seas, la ausencia de reglas o pautas pondrá ciertamente las cosas más difíciles.

No tienes ninguna obligación en tus relaciones. Tienes únicamente oportunidades.

Las oportunidades, no las obligaciones, constituyen la piedra angular de la religión, las bases de toda espiritualidad. Si lo ves al revés, entonces no lo entiendes.

La relación – tus relaciones con todas las cosas – se creó como una herramienta perfecta para el trabajo del alma. He ahí por qué todas las relaciones humanas son “tierra santa”. He ahí por qué toda relación personal es sagrada.

En esto muchas iglesias tienen razón. El matrimonio es un sacramento. Pero no debido a sus obligaciones sagradas, sino más bien porque constituye una oportunidad inigualable.

En el contexto de las relaciones, no hagas nada porque lo percibas como una obligación. Hagas lo que hagas, hazlo con la percepción de la gloriosa oportunidad que las relaciones te proporcionan para decidir, y ser, Quien Realmente Eres.

Sin embargo la idea de una relación satisfactoria y permanente parece a muchos cuentos de hadas. Procura no confundir la duración con el trabajo bien hecho. Recuerda que tu tarea en este planeta no consiste en ver cuánto tiempo puedes mantener una relación, sino en decidir, y experimentar, Quién Eres Realmente.

Esto no es un argumento a favor de las relaciones de corta duración; pero tampoco hay necesidad de que sean de larga duración.

Sin embargo, aunque no hay tal necesidad, se pueden decir muchas cosas de ellas: las relaciones de larga duración proporcionan notables oportunidades para el crecimiento mutuo, la expresión mutua y la mutua satisfacción; y ahí radica su propia recompensa.

Para poder lograrlo, en primer lugar, debes estar seguro de que inicias la relación por los motivos correctos. (Utilizo la palabra “correctos” como un término relativo; serían  “correctos” en relación al objetivo – más amplio – que tengas en tu vida.)

Como ya he señalado antes, la mayoría de la gente inicia las relaciones por los motivos “equivocados”: poner fin a su soledad, llenar un vacío, conseguir amor o tener a alguien a quien amar; y estos son los mejores motivos. Otros lo hacen para tranquilizar su ego, acabar con sus depresiones, mejorar su vida sexual, recuperarse de una relación anterior, o – lo creas o no – para aliviar su aburrimiento.

Ninguno de estos motivos funcionará, y a menos que con el tiempo tenga lugar algún cambio dramático, la relación no saldrá bien.

Te aseguro que no creo que sepas por qué has iniciado tus relaciones. No creo que pensaras en ello. No creo que iniciaras tus relaciones con un propósito consciente. Creo que las iniciaste porque te “enamoraste”. Y no creo que te pararas a examinar por qué estabas “enamorado”. ¿A qué respondías? ¿Qué necesidad, o conjunto de necesidades, satisfacías?

Para la mayoría de la gente, el amor responde a la satisfacción de una necesidad.

Cada uno sabe lo que necesita. Tú necesitas una cosa; el otro necesita otra. Y cada uno ve en el otro una posibilidad de satisfacer esa necesidad. De modo que se establece un intercambio tácito. Yo te doy lo que tengo si tú me das lo que tienes.

Se trata de una transacción. Pero no decís la verdad al respecto. No dices:”¡Cuánto intercambio contigo!”, sino: “¡Cuánto te quiero!”, y luego viene el desengaño.

No tiene nada malo enamorarse perdidamente sin haber pensado en ello, ni de enamórate de tantas personas como quieras, si ese es tu deseo. Pero si vas ha establecer con ellas unas relaciones para toda la vida, tal vez quieras pensar un poco en eso.

Por otra parte, si disfrutas pasando de unas relaciones a otras – o, lo que es peor, manteniéndolas porque crees que ”tienes que hacerlo” y, por tanto, viviendo una vida de callada desesperación -, si disfrutas repitiendo estas pautas de tu pasado, sigue haciendo lo que has hecho hasta ahora.

Ese es el problema de la verdad. La verdad es implacable. No te dejará tranquilo. Se acercará sigilosamente a ti en cualquier parte, mostrándote lo que realmente es. Puede llegar a ser fastidiosa.

Para lograr una relación duradera además de iniciar la relación con un objetivo consciente es estar seguro de que tú y tu pareja estáis de acuerdo con el objetivo.

Si ambos están de acuerdo a un nivel consciente de que el objetivo de tu relación consiste en crear una oportunidad, no una obligación; una oportunidad de crecimiento, de autoexpresión plena, de elevar tus vidas a su más alto potencial, de subsanar cualquier falso pensamiento o idea que hayas tenido de ti mismo, y de la unión final con Dios a través de la comunión de tus dos almas; si asumes este compromiso, en lugar de los compromisos que has asumido hasta ahora, la relación se habrá iniciado con muy buen pie, habrá tenido un muy buen principio.

Sin embargo, eso no garantiza el éxito.

Si quieres garantías en la vida, entonces no quieres la vida. Quieres ensayar un guión que ya haya sido escrito.

Por su propia naturaleza, la vida no puede tener garantías; de ser así, todo su propósito se vería frustrado.

Para mantenerla es necesario ser concientes que vendrán pruebas y momentos difíciles. No trates de evitarlos. Dales la bienvenida. Agradécelos. Considéralos como unos magníficos dones de Dios; oportunidades gloriosas de hacer lo que has venido a hacer en la relación, y en la vida. En esos momentos, esfuérzate en no ver a tu pareja como el enemigo, como la oposición. En realidad, procura no ver a nadie, ni a nada, como el enemigo, o como el problema. Cultiva la técnica de contemplar todos los problemas como oportunidades; oportunidades de  “de ser, y decidir, Quien Realmente Eres”.

Ensancha tu horizonte. Aumenta la profundidad de tu visión. Trata de ver más en ti de lo que crees que se puede ver. Trata también de ver más en tu pareja.

Nunca perjudicará en nada a tus relaciones – ni a nadie – el hecho de que veas en los otros más de lo que ellos te muestran, puesto que hay más. Mucho más. Es únicamente su miedo lo que le impide mostrártelo. Si los demás notan que tú ves más en ellos, no temerán mostrarte lo que tú, evidentemente, ya veías.

Las personas tienden a cumplir las expectativas que los demás tenemos acerca de ellas.

Algo parecido. No me gusta usar aquí la palabra “expectativas”. Las expectativas arruinan la relación. Digamos que las personas tienden a ver en sí mismas lo que los demás vemos en ellas. Cuando más grandiosa sea nuestra visión, más grandiosa será su voluntad de manifestar la parte de ellos que nosotros les hemos mostrado.

Así es como funcionan todas las relaciones auténticamente dichosas. Esto forma parte del proceso de curación, el proceso por el cual permitimos a las personas “desprenderse” de cualquier falso pensamiento que hayan tenido acerca de sí mismas.

Pues esa es la obra de Dios. La obra del alma consiste en darse cuenta de quién es ella misma. La obra de Dios consiste en que todos los demás se den cuenta de quiénes son.

Y lo hacemos en la medida en que vemos a los otros como Quienes Son, en la medida en que les recordamos Quiénes Son.

Puedes hacerlo de dos maneras: recordándoles Quienes Son (lo que resulta muy difícil, puesto que no te creerán), y recordando Quiénes Eres Tu (mucho más fácil, puesto que no necesitas que ellos te crean; basta que lo creas tu); al manifestar esto último constantemente, al final recordaras a los demás Quienes Son, pues se ven a sí mismos en ti.

Entonces, solo entonces tu relación armoniosa funcionará a través que funciones tú contigo mismo.