006-Curso de autoestima

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6. ¿Y Porque Yo?

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Cuanto más a menudo tome decisiones responsables, tanto más se dará cuenta de que dispone realmente del control de su vida

– Alejandro Ariza

En este capítulo reflexionaremos de la responsabilidad personal.

Cuando queremoshacer algo experimentamos una sen­sación muy diferente a cuando tenemos que hacerlo. La dife­rencia está en saber si queremos o tenemos que hacer las cosas. Esta sutil diferencia de palabras resulta ser una enorme desigualdad de emociones para actuar y varía grandemente nuestra habilidad para responder ante aquello que hayamos realizado. Precisamente esa habilidad para responder nos da el grado de seriedad y sensatez de lo que hacemos, mide nuestro compromiso.

La gran mayoría de las personas hemos dicho alguna vez: «y… ¿por qué yo?», cuando se nos ordenó algo. Esto sucede más comúnmente en nuestra infancia (física o mental), cuando lle­gaba alguien «más grande» que nosotros y nos daba una razón, su razón para que nosotros actuáramos por obligación (y miedo) e hiciéramos aquello que quería ese grandullón. Así, en nuestro diario quehacer existen diferentes causas que explican nues­tro comportamiento. Sin embargo, todas esas causas las podría englobar en tan sólo dos grandes grupos: razones y motivos.

Ésta es una muy personal tesis (proposición mantenida con razonamientos) acerca de las causas de nuestro comportamien­to. Lo que hacemos lo realizamos por razones o por motivos. La enorme diferencia entre ambas causas es que la primera genera un tener que hacer las cosas, originando una pesada obligación; mientras que los motivos generan un querer hacerlas cosas, originando una orgullosa responsabilidad. Y es aquí a donde quería llegar con usted.

Si jugamos con la palabra responsabi­lidad pareciera que se formó al fundir otras dos palabras: responder y habilidad. Entonces, la responsabilidad bien podría entenderse como la habilidad o capacidad para responder ante algo, algo que elegimos libremente.

 Esa poderosa habilidad para responder el saberse apto para vivir un compromiso, es la dimensión a la que nos lleva nuestra responsabilidad, a diferencia de una obligación, que sólo nos lleva a involucramos con aquello que hacemos, pero nunca nos compromete. Posiblemente sea más claro entender esta tesis con un pequeño diagrama:

                                          CAUSAS

         ________________________________________________

                      RAZONES                                   MOTIVOS

 

            «TENER QUE HACER»                      “QUERER HACER”

                   OBLIGACIONES                         RESPONSABILIDAD

                   SE INVOLUCRA                           SE COMPROMETE

Con el esquema anterior me permito compartir con usted la mágica y sublime dimensión de nuestra responsabilidad. Esta surge de un auténtico motivo, que viene siendo esa causa inter­na que agita nuestro ánimo y nos mueve hasta llegar a compro­metemos con la acción; y absolutamente toda acción generará un resultado y de ese resultado, bueno o malo, debemos respon­der orgullosos al sabemos su autor. Eso es para mí la respon­sabilidad. De hecho, ser responsable nos da un enorme poder, nos diferencia del resto de la comunidad al sabemos capaces de responder ante cualquier consecuencia de lo que hayamos hecho, nos posiciona automáticamente como los más auténticos dueños de nuestra vida.

A diferencia de la responsabilidad, la obligación es el pro­ducto de una razón, de esa causa externa que otro nos impuso, pero que por identificarlo como alguien que ejerce el poder sobre nosotros (aquel grandullón, o un papá, o un jefe, etc.) lo acabamos realizando, teniéndolo que hacer, pero nunca nos llegamos a comprometer con los resultados que obtenemos. Simplemente estamos involucrados en su proceso. Distinguir entre estar involucrados y estar comprometidos queda muy claro con una pequeña metáfora que le escuchara hace varios años a un maestro mío. Es la siguiente: Imagine a un cerdo y a una gallina caminando por las calles de la ciudad y platicando. De repente, ambos se detienen frente a un restaurante y se quedan mirando a través de una de sus ventanas. Observaban a unos comensales disfrutando de varios platillos, entre ellos había uno que comía huevos revueltos con jamón. Ante esa escena el cerdo dijo: «Mira gallina, ¡qué suerte tienes!, tus pro­ductos los consumen y tu sigues aquí afuera vivita y coleando, mientras que un cerdo como yo, para que consuman sus pro­ductos en ese mismo platillo, tuvo que dar la vida y morir por la causa». La gallina se involucró, mientras que el cerdo se com­prometió, fue el único que dio la vida para estar ahí.

Creo que si de esta metáfora hiciéramos una analogía con nuestras vidas, nos explicaríamos el que existan muchísimas personas que tan sólo se involucran con lo que hacen en sus vidas, y muy pocas las que se llegan a comprometer. Existen muchas personas que hacen lo que hacen porque tienen que hacerlo y siguen vivien­do bajo una obligación, bajo el pesado yugo de otro, mientras que existe otra talla de personas, más felices, que hacen lo que hacen por la responsabilidad que generan sus motivos.

Dése un tiempo para pensar en usted mismo, un momento para crecer, y hágase la pregunta: ¿A qué tipo de gente pertenezco? ¿Lo que hago lo hago por obligación o por mi propia responsabilidad? ¿Qué predomina en mi diario queha­cer: razones o motivos?

Si en el anterior momento de reflexión llegó a concluir que hace lo que hace por ambas causas, algunas veces por razones y otras por motivos, pues es una postura muy sensata de su parte. Todos hacemos las cosas por razones y motivos, sin embargo, la gran diferencia en la calidad de nuestras vidas está en el predominio de alguna de ellas.

De hecho, para estudiar mejor ese predominio podríamos cambiar la pregunta y hacer­nos la siguiente: ¿Me responsabilizo verdaderamente de mis actos? ¿Con qué frecuencia? ¿Busco culpables por aquellos resultados insatisfactorios que yo obtuve? ¿Con qué frecuencia lo hago? Verá que si responde sinceramente a estas preguntas, sabrá el predominio en cuestión: razones o motivos.

Bien podríamos hacer una reflexión más: por favor, una vez que haya logrado entender lo que hemos aprendido en esta columna, no vuelva a decirle a su pareja: «mi amor, eres la razón de mi vivir». ¿Se imagina? Le está diciendo que usted tiene que estar ahí con ella (o él) por obligación, pero no le nace. Le suplico que aplique lo aprendido y le diga a su pareja: «mi amor, hoy he entendido que eres mi motivo para existir». ¿Qué tal, eh? ¿Verdad que hay una enorme diferencia? Ahora le manifiesta que realmente «quiere vivir por ella (o el)». Una reflexión más: ¡Qué motivante es saberse uno mismo como el motivo de exis­tir de otra persona! Llegar a ser motivo, es llegar a mover el corazón de alguien para que quiera, por propia decisión, ser, hacer y estar con y por nosotros. El trato amable (aquel con capacidad de amar) que demos a los demás será lo que nos transforme en motivo de vivir para otra persona. ¡Caray!, le confieso que tengo el impulso de seguir escribiendo al respec­to, pero creo que no terminaríamos ni en mil columnas. Sería todo un tratado acerca del amor y no es motivo principal del presente ensayo.

Vivir responsablemente es tener en nuestras manos el des­tino que hemos elegido trazar en nuestra existencia. Es saber que nosotros somos los únicos autores de nuestra gran obra maestra llamada: nosotros mismos. En esa magnitud se fragua nuestra responsabilidad. Es caro el precio de entender esta pro­puesta, el precio es la auténtica auto ría, es saber que lo que us­ted es el día de hoy, es tan sólo el lógico resultado de todo lo que ha hecho hasta ahora mismo.

Por ejemplo, observe su cuer­po. Obsérvelo detenidamente. ¿Le gusta? ¿Le desagrada? Pues bien, sea cual fuere la respuesta que dé, es tan sólo el resultado de lo que ha hecho con él en los años pasados y hasta ahora. Ob­serve su mente, el resultado proviene de lo mismo, de lo que ha hecho con ella hasta hoy en día. Observe su condición económi­ca. Otra vez, es tan sólo el resultado de su responsabilidad, de lo que ha hecho con sus finanzas hasta hoy. Entender esto, com­prenderlo realmente, nos llevará a responder la pregunta título de esta columna: «y… ¿por qué yo?» con la siguiente respuesta: por que usted lo eligió y, entonces, sólo usted puede llegar al nivel de un compromiso, del compromiso con el resultado que quiera generar. Esa es la respuesta que surge de un motivo, esa es la respuesta que genera nuestra responsabilidad.

Lo quiero invitar a que incremente su responsabilidad para generar la calidad de vida que siempre ha deseado. Encuentre motivos suficientes y profundamente emocionantes para que inicie la acción ahora mismo y genere el compromiso de seguir adelante. De lo contrario, si no encuentra verdaderos motivos, las razones aparecerán en su vida. Esas razones son las que le pesarán de tal manera que el autosabotaje aparecerá en su vida en menos de lo que se imagina. Será esa dieta que empieza el lunes y la rompe el miércoles siguiente, será esa disciplina que se prometió para hacer ejercicio diariamente, pero que la sus­pende al segundo día por cualquier otra causa y no la vuelve a iniciar. El autosabotaje es muy doloroso, nos hace sentir culpa y vergüenza con nosotros mismos. Sin embargo, no todo es tan grave, lo único que pasa ahí es que no hemos encontrado un motivo lo suficientemente emocionante e incuestionable para realizar la acción. La mera búsqueda de ese motivo, la sola pasión por encontrar la suficiente fuerza para actuar, el mero hecho de explorar dentro de la enorme gama de opciones que nos ofrece la vida, es motivo suficiente para que usted manten­ga su … ¡Emoción por existir!