004-Curso de autoestima

004-Curso de autoestima

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4. Nadie va a venir

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Aquel que espera un milagro para seguir vivo y nada hace por que éste suceda, corre el riesgo, mientras aguarda, de morir

– Alejandro Ariza.

Es posible que este capítulo desmoralice a algún lector muy sensible; sin embargo, me interesa dejar muy claro que ésa no es la intención de la reflexión de esté capítulo. No, en ab­soluto. Lo que sucede es que nos confrontaremos con una gran verdad, nos toparemos con una clásica dinámica psicológica que nos limita el progreso, y es la siguiente: La inmensa mayo­ría de nosotros vivimos «esperando» que alguien venga a sal­vamos cuando pasamos por momentos de dificultad. Muchos vivimos aguardando «la llegada del salvador», y en esa espera nos posicionamos en una cómoda circunstancia, pasiva, sedentaria, inactiva y aguardando un milagro, haciendo nada por nosotros mismos.

Ésta ha sido una de las lecciones más duras en mi vida. Vivir con la continua esperanza de que alguien ó algo nos salvará, vivir con la ilusión de que en el momento menos esperado de alguna dificultad que afrontemos llegará nuestro salvador, nos impide desarrollar nuestro potencial de éxito en su plena tota­lidad. Cuando digo «salvador» me refiero a figuras tales como:  el papá, la mamá, el hermano mayor, el amigo generoso y de gran bondad, la lotería nacional, el novio, el suegro, su jefe en el trabajo, el Espíritu Santo, un billete de alta denominación que nos encontramos tirado, algún error del cajero del banco donde no se nos cobró el excedente de nuestra tarjeta de crédito, el sacerdote, el abo­gado, el ángel de la guarda, el gobierno, Dios ó como usted lo conozca, el líder sindical, el esposo, la abuelita millo­naria, el maestro corrupto que con un dinero nos ayuda, el hijo pródigo, el jefe que reconozca cuánto trabajo, etcétera. Como ve, abundan las figuras de «el sal­vador», y es por ello que nos hemos creído que por lo menos alguno de ellos venga en nuestro auxilio.

¡Caray!, si son tantos, por lo menos uno debería estar al pendiente de nuestros proble­mas y venir a salvamos. ¿Cuántas personas pensarán así? Pues le puedo garantizar que muchas, muchísimas por lo menos a nivel incons­ciente así vivimos la inmensa mayoría de las personas. Hablo de México porque es el país que más me importa, es donde vivo y en donde he podido crecer y desarrollarme. Por ello quiero aportar esta reflexión, para que despertemos y nos demos cuen­ta de que nadie va a venir a ayudamos, pero lejos de ser ésta una actitud pesimista, creo firmemente que es una postura que for­talece nuestra responsabilidad y nos hace auténticos dueños de nuestra propia vida, con todos los resultados que en ella gene­remos nosotros, nadie más.

Le haré una pregunta y le suplico que por favor sea sincero. ¿Qué es lo primero (lo primerísimo) que piensa cuando tiene algún problema? Insisto, sea sincero, al fin que nadie está viendo lo que piensa. ¿Acaso piensa en «alguien»? Si su respuesta es afirmativa, lo felicito por sincero, usted pertenece a la inmensa mayoría de personas que está esperando a un salvador (novio, padre, amigo, etcétera). No se sienta mal si piensa así. Le puedo garantizar que ya es parte de un inconsciente colectivo.

De hecho, de paso esté decir que una de las razones por la que muchas mujeres buscan a una pareja es para que sea su salvador y «salgan de pobres». ¿Ha conocido gente así? Yo sí. Es una forma de actuar de la que ya no nos damos cuenta, simplemente así reaccionamos la mayoría. Pero es en ese momento en donde le conferimos a otro la habilidad de nuestro triunfo para salir airosos de algún problema. Creo que eso nos ha dañado enormemente: darle a otro lo que nos corresponde a nosotros por ser nuestro. He ahí el grave error: endosar la responsabilidad necesitando entonces de esa otra persona. Hemos generado creencias erróneas alrededor de todo esto valorando más la gran empresa para la que trabajamos, el nivel social superior, una amplia red de contactos personales que a nosotros mismos y nuestra capacidad de ser crear y valernos por nosotros mismos, no quiero que piensen que estoy invitando a que vivan en una isla desierta y vivan como Robinson Crusoe, para nada, ni tampoco que un entorno favorable esta mal. La idea principal es que esto no substituye su verdadero valor: Usted.

La necesidad que va unida al objeto o a alguien le concede a éste poder o control sobre sus emociones

– WAYNE DYER escritor estadounidense

En contraste, he podido observar que las personas con un gran auto estima se hacen drásticamente dueñas de sí y piensan en resolver sus problemas por sí mismas. Son personas que tienen el sano conocimiento de que nadie va a venir en su auxi­lio. Son seres humanos que toman la iniciativa y no esperan a que sucedan las cosas, sino que hacen que las cosas sucedan para salir adelante. Son auténticos líderes. Son las personas que marcan la diferencia en su sociedad. Son las que se convierten mágicamente en los salvadores que los demás esperan. ¿Capta la enorme diferencia en esa poderosa elección?, en la elección de ya no esperar y optar por la acción. Optar por hacer que las cosas sucedan, eso es el más auténtico poder personal.

En esta semana quiero invitarlo a un gran momento para crecer. Reflexione y opte por ese gran poder personal que usted lleva dentro. Dése cuenta de que nadie va a venir a «rescatarlo». Pero dése cuenta sin pena o decepción, sin tristeza o dolor. Dése cuenta de que usted no necesita que alguien venga para que salga adelante. Lo único que necesita saber es que usted es el único responsable de sus actos y que dentro de usted se encuen­tra la suficiente fuerza para iniciar la acción que lo dirigirá al éxito que busca. Le puedo garantizar que cuando usted se «dé cuenta» plenamente de este gran secreto para triunfar, aparecerá en su vida un enorme y desbordante placer por saber que todo depende exclusivamente de usted. De nadie más. Ese placer es el resultado de saberse el autor exclusivo de su propia vida. Incluso, puede llegar a perderle cierto temor a la soledad o aun a disfrutarla de vez en cuando.

Comparemos la filosofía de vida de una persona de baja autoestima común con la de una persona de alta autoestima común, por tomar un ejemplo contrastante que nos clarifique aún más el aprendizaje. La persona de baja autoestima suele vivir esperando a que le llegue la buena suerte, comúnmente espera a que alguien venga a ayudarlo, mientras que en la cultura de alta autoestima común, nunca espera a que alguien venga en su auxilio para iniciar la acción, él hace las cosas necesarias para encontrarse con la buena suerte. El sabe que nadie va a venir, luego entonces inicia la acción que lo sacará avante de inmediato. En su soledad se confronta con su profundo deseo de superación y no espera a nadie, sino que ipso Jacto pone manos a la obra. Posiblemente esto también sea un reflejo de lo que sucede de manera genérica la gran diferencia entre un primar mundo y un tercer mundo. ¿Qué opina usted al respecto?

Me gustaría explicarle una teoría que tengo en cuanto al surgimiento de este inconsciente colectivo de pasividad (el que vive esperando, la cultura del embarazo) de esta actitud de espera. Una es la religión y otra es el sistema de gobierno. Sin embargo, antes de explicarle mi teoría, me permitiré aclarar enfáticamente que no tengo nada en contra de nuestra religión o de las diferentes formas de gobierno. Simplemente es un análisis objetivo de lo que pudiera ser la causa del inconsciente colectivo de pasivi­dad en el que vivimos la mayoría. Primero la religión:. Usted sabe, al igual que yo, que la religión nos ha inculcado una muy vasta red de creencias, la cual a muchos los logra atrapar irreflexivos y no pueden salir de ella. Para salir de esta red de creencias, lo único que hay que hacer es cuestionarse acerca de ellas, y de esa forma nos podemos dar cuenta de si nos han servido para crecer o nos han limitado en nuestro desarrollo.

Así, en esa forma cuestionante, he podido observar que a muchos de nosotros se nos dijo durante mucho tiempo que «pronto vendrá el Salvador…», o cosas tales como: «ya se acer­ca la segunda venida del Salvador…», y cosas similares. Es así que se fue forjando (lenta, pero profundamente) en nuestro inconsciente la idea de que alguien va a venir, alguien que nos ayudará, alguien que nos sacará del problema. Esta postura es muy cómoda. La única decepción que nos llevamos la mayoría de nosotros es que no se nos dijo cuándo. Si supiéramos cuán­do vendrá el Salvador, otra cosa estaríamos haciendo en nuestra vida, ¿no cree? Quizás por ello no se nos dijo cuándo. Nada más nos ilusionaron. Pero bueno, está bien, al fin que lo último que muere es la esperanza. Como ve, de esa manera se gestó una actitud de espera en la mente de cada uno de nosotros, o por lo menos en la inmensa mayoría de las personas que no tenemos un conocimiento profundo de nuestra religión (como puede ser el caso de usted también). Así nace una espera para vivir la plenitud y la paz. ¡Caray!, si tan sólo nos diéramos cuenta de que esa plenitud y paz ya se pueden vivir aquí y ahora, si tan sólo creyéramos que nadie va a venir sea un mortal ó un personaje divino.

Por otro lado, nuestras formas de gobierno durante muchas décadas instalaron un régimen paternalista para el ciu­dadano. Así, todos vivíamos esperando. Era el caso del burócra­ta que esperaba la quincena (aunque no la mereciera), era el caso del alumno de esa escuela de gobierno que esperaba ser aprobado (aunque no lo mereciera), era el caso de los deportis­tas que representaban a nuestra nación y esperaban que se les patrocinaran todos sus gastos durante sus competencias (aunque no lo merecieran), era el caso de usted o yo que esperábamos a que nuestros dirigentes resolvieran nuestros

problemas citadinos de contaminación y congestionamiento vial (sin que nosotros hiciéramos nada al respecto), era el caso del obrero que esperaba la solución de sus problemas gracias a su líder sindical (aunque no tuviera nada que ver). La lista es interminable, y la frecuencia de ese régimen patemalista fue otra causa para que se gestara en la mayoría de nosotros la acti­tud de espera.

Por favor, ¡hagamos un alto a esa mediocre actitud! Salgamos de ese inconsciente colectivo «dándonos cuenta» del daño que nos trajo. Es la única forma para salir de un incons­ciente colectivo, hay que darse cuenta. Y luego hay que gestar otro nuevo inconsciente colectivo, uno repleto de una Nueva Conciencia de nuestro propio valor en donde sepamos que nadie va a venir, pero sabiéndolo como una sana postura de auténtica responsabilidad. Así me hubiera gustado empezar este capítulo, con el título: «Nadie va a venir: una sana postura de responsabilidad». Saber que nadie va a venir no es para deprimirse porque no lle­gará el Salvador. No, no, no. Es la sana actitud del Poder Personal para iniciar la acción que nos llevará al resultado que queramos. Ese poder radica en usted y sólo en usted. Ésta es la sabia posición desde donde se vive el éxito personal.

Le confieso que no me ha sido nada fácil compartir estos argumentos con usted. A momentos, yo mismo todavía sigo esperando a que venga alguien a ayudarme. Por favor, no crea que al sincerarme con usted le revelo mi incongruencia entre lo que vivo y lo que escribo. ¡No! por favor. Lo único que le manifiesto es que no es tan fácil escaparse de ese in­consciente colectivo. Pero así como le confieso esto, también le revelo que cada vez lo hago menos (y lo digo con orgullo de mi crecimiento y desarrollo). Cada vez más me doy cuenta de que nadie va a venir, y entonces, pues empiezo o em­piezo. Cuando crecí y «me di cuenta» de que ya no tenía el apoyo de «papi» para mis gastos, cuando ya tuve que pagar yo el teléfono de mi casa y el de mi celular, cuando ya tuve que pagar los gastos de mi auto, cuando ya tuve que resolver yo solo mis problemas fiscales, me di cuenta que nadie iba a venir,  o por lo menos mi «papi» no.

Fue frustrante darme cuenta de que mi papá sí podía auxiliarme y aun así no lo hacía, él sí tenía y sigue teniendo) el dinero suficiente (y más) para resolverme mis problemas financieros, y ¡aun así no me ayuda como quiero! Bueno, después de haber pensado califica­tivos nefastos acerca de mi papá en alguna época de mi vida (no lo puedo negar), hoy mejor he decidido «relajar mis arterias coronarias», y alejarme sanamente de esa postura que genera sufrimiento: esperar algo de alguien. Saber que nadie va a venir disminuyó enormemente mi sufrimiento. Gran parte de los conflictos humanos en la vida surgen por esperar algo de alguien, misma cosa que nunca llega. ¿Le ha pasado algo simi­lar? ¿Ya vio cómo tengo razón? Si usted espera a que alguien venga para salir a dar la vuelta, corre el riesgo de quedarse sin su vuelta. Si usted espera a que alguien le de un beso para ser feliz, corre el riesgo de quedarse infeliz.

Si usted espera el reconocimiento de su esposa e hijos para sentirse un hombre realizado, corre el riesgo de quedarse amargado. Si espera un excelente trato de alguien para sentirse pleno y feliz, se juega la opción de sentir el sufrimiento de la frustración y decep­cionarse. Si usted espera que alguien siempre esté con usted para sentirse bien, le garantizo que se va a sentir muy mal en muchísimas ocasiones. Si usted espera que alguien llegue a la hora que usted ordenó para poder irse a dormir, corre el alto riesgo de padecer un largo insomnio. ¿Ya vio por qué le con­viene no esperar? ¡Insisto!, es sano -psicológicamente hablando- saber que nadie va a venir. Esperar algo de alguien o algo de la providencia, resultará ser una atadura en su vida, y toda atadura es un impedimento para vivir en un nivel superior de conciencia, nos impide crecer. Cuanto más atados (por la espera) nos hallamos a personas, cosas, ideas o emo­ciones, menos capacidad tenemos para experimentar esos fenó­menos con autenticidad. Intente apretar el agua con sus manos esperando así retenerla y se dará cuenta de la rapidez con la que se le va el agua de las manos. Ahora relájese mientras una de sus manos abierta toca el agua y podrá gozar de ella tanto como guste.

                          De alguna manera siempre supe que depender de una cosa era la forma más segura de no tener nunca suficiente de ella

– WAYNE DYER escritor estadounidense

Sin embargo, tengo el deber moral de decirle algo: supongamos que usted acepta que nadie va a venir. Si usted se lanza a vivir una actitud libre de «esperas», y aun así, ¡alguien llega! ¿Qué hacer en esos casos? Pues, ¡déle infinitas gracias a Dios! Brinque de la alegría que le generará esa agradabilísima sorpresa. Pero tómelo así: ¡fue una sorpresa! Esta actitud le liberará del posible sufrimiento que genera la espera al verse defraudada. Sepa que nadie va a venir, pero si viene, ¡recíbalo con los brazos abiertos! Hace algunos años, cuando mi papá salo en mí ayuda para pagar algunos compromisos económicos lo hizo sin que yo se lo pidiera. Imagínese si le hubiera dicho: «no gracias papá, ya no te nece­sito». Bueno, le confieso que de haberlo hecho así por mi pos­tura orgullosa, mi ángel de la guarda me hubiera gritado al oído: «¡Grandísimo estúpido!, ¡no ves que no nos alcanza para pagar!, ya ni en el cielo nos prestan», o algo similar. Entonces, simple­mente sonreí, le di las gracias y acepté su ayuda.

Saber que nadie va a venir lo obligará a crecer y a madu­rar como persona. Puede ser un poco doloroso ese crecimiento, sobre todo el susto inicial de aceptarlo, como cuando salen las muelas del juicio, pero logrará, en un futuro muy cercano, saberse líder de proyectos, saberse el sal­vador de sí mismo y (para colmo) de otros, se incrementará  muchísimo su autoestima, cada vez le espantarán menos los problemas y afrontará aún más (hasta los de otras personas), se llegará a sentir como un gigante que ayuda a resolver problemas propios de los enanos, logrará experimentar la paz del deber cumplido, vivirá muchos momentos para crecer. Descubrirá valores, habilidades y fortalezas quizá aún desconocidas en usted. Todas estas razones serán un motivo más para que usted mantenga su. . .

¡Emoción por Existir!