003-Curso de autoestima

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3. El Arte de las Relaciones Humanas

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«Sin una relación, no hay forma alguna de ser   o de llegar a ser «.

– Leo Buscaglia

Convivir es una de las más desafiantes experiencias que podemos experi­mentar el común de los mortales. Y en base a ello es que me permito compartir con usted unos minutos de enriquecedora reflexión acerca del tema. Muchos de nosotros hemos experimentado el costo de la ignorancia acerca de este tema en términos de lágrimas, confusión y culpa. Así mismo, también hemos experi­mentado momentos de euforia, alegría compartida y emoción por dialogar; sin embargo, estos momentos también se han sucedido para un sinnúmero de per­sonas, ignorando su causa fundamental. Ahora viene a mi mente lo que Carl Rogers declaró en alguna ocasión al referirse específicamente a las relaciones entre los casados «…a pesar de que el matrimonio moderno es un tremen­do laboratorio, a menudo sus miembros carecen absolutamente de una preparación para la función de esa sociedad. Cuánta agonía, remordimientos y fracasos habrían podido evitarse si por lo menos hubiese tenido lugar un aprendizaje rudimentario antes de ingresar a esa sociedad…»

Pienso que esta declaración tiene la misma validez para todas las rela­ciones humanas. Nuestras ciudades (al igual que muchas otras del mundo) con sus atestadas poblaciones y sus grandes edificios de departamentos y sus sis­temas de compras por teléfono, se han convertido en criaderos de soledad. ¡Caray!, tal parece que los grandes avances tecnológicos en donde ya práctica­mente todo lo podemos hacer «desde la comodidad de nuestro hogar» o, peor aún, desde nuestra computadora, nos ha llevado subrepticiamente a un sen­timiento de soledad y abandono. Por favor, no perciba esta reflexión como en contra de la evolución y la tecnología; no, en absoluto, simplemente como una advertencia ante la posible pérdida secundaria que puede implicar.

Un acercamiento a la amistad

Compartir con usted ciertas reflexiones acerca de la amistad, créame, es algo que me ha motivado desde la primera vez que tuve la oportunidad de ser conferencista y escritor. Me permitiré hacer un breve pero sustancioso estudio de la amistad como modelo de relaciones humanas, ya que de alguna manera esa suele ser la vía de entrada para las subsecuentes relaciones más profundas y complejas, llámese noviazgo, matrimonio, vida en pareja, ciertos equipos de tra­bajo, etc.

Los estudios, tanto formales como informales, a los que he tenido acceso acerca de las relaciones humanas durante los últimos años de mi vida, simple­mente me han servido para reforzar mi creencia en la complejidad, el teatro, el misterio y la magia de la conducta humana. Somos tan extraños en ocasiones. Seguimos siendo un gran enigma tan impredecible, tan vulnerable, tan extraor­dinario y único. Sin embargo, varios estudios tienen en común ciertos aspectos de lo cual le podría garantizar que la seguridad, la alegría y el éxito en la vida están directamente correlacionados con nuestra habilidad de relacionamos unos con otros, con cierto grado de compromiso, profundidad y amor. Del mismo modo, la gran mayoría de nosotros hemos aprendido por experiencia propia que nuestra incapacidad para vivir en armonía con las demás personas es la respon­sable de muchos de nuestros mayores temores, ansiedades, sentimientos de soledad e, incluso, de severas enfermedades mentales. Y aún así, después de tan­tas dolorosas experiencias, creo que somos muy pocos los que buscamos delibe­radamente información que nos pueda aclarar y mejorar nuestra situación. Incluso, permítame confesarle que aquellos de nosotros que estamos hambrien­tos de unión y amistad, de una mayor comprensión en nuestras relaciones humanas, descubrimos durante nuestra búsqueda que son muy pocos los lugares a donde podemos asistir en busca de esa tan valiosa información.

Recuerdo una divertida historia en la que un joven se dirigía a una li­brería para poder encontrar cierta información que le ayudara a mejorar sus rela­ciones interpersonales. Después de varios minutos de búsqueda logró encontrar un libro llamado «Cómo manifestar nuestros sentimientos apropiadamente». De inmediato se dirigió a la caja y lo compró. Sin embargo, al llegar a su casa, al revisarlo detenidamente, se dio cuenta de que había adquirido ¡el noveno tomo de una enciclopedia!. ¿Se imagina? Vamos, no quiero desilusionarlo en su inten­to por mejorar en el arte de ser persona, pero sí es mi obligación informarle que hay mucho por aprender todavía, y, ¡qué bueno!, porque ello nos invita a des­pertar diariamente con el reto de mejorar nuestra comunicación con los demás y con nosotros mismos.

En mi consulta privada me he permitido realizar ciertas encuestas infor­males con el único fin de incrementar un poco más mi información de lo que la gente realmente desea con mayor ímpetu en sus relaciones humanas (ya sea de pareja, de amistad, de trabajo, etc.), y para ello suelo pedir que mencionen las tres cualidades de una relación importante para ellos, mismas que se puedan incrementar mediante la fuerza del amor. Las respuestas que me han compartido centenares de personas han sido de todo tipo; sin embargo, enumeraré las que más frecuentemente he escuchado como cualidades esenciales de sus relaciones (y en ese orden):

. Comunicación.

. Afecto.

. Perdón.

. Honestidad.

. Aceptación.

. Romance (incluyendo sexo). . Paciencia.

. Sentido del Humor.

. Libertad.

Lo que más me ha llegado a llamar la atención es que muchas personas hicieron hincapié en su gran necesidad de poder comunicarse honesta y sincera­mente con su pareja. Resultó muy interesante que el factor que más frecuente­mente encontré es la necesidad de comunicarse y perdonarse. Muchos de mis pacientes (y amigos, inclusive) definían a la comunicación como el deseo de ser francos, de compartir, de hablar y escucharse activamente el uno al otro. Esa necesidad de saberse perteneciente a alguien y vivir esas cualidades en común unión era la idea que más seducía a mis pacientes.

«La ternura emerge del hecho de que dos personas

Que al igual que todos los individuos, anhelan sobreponerse a la separación y al aislamiento que todos heredamos porque somos individuos, pueden participar en una relación que, por el momento, no es de dos personalidades aisladas, sino una unión»

– Rollo May

He visto recientemente cómo se han incrementado en nuestro país de manera muy importante y cada vez mayor los anuncios en los periódicos que ofrecen el servicio de «escuchar» los problemas personales de otros, anuncios de números telefónicos donde cualquiera puede encontrar compañía en momen­tos de soledad, y por supuesto que me he encontrado con anuncios de que ese amigo sólo será suyo, pero claro, eso mientras usted pueda seguir pagando el servicio.

Así mismo, he tenido la oportunidad de conocer a muchas personas en cuya casa, departamento u oficina jamás se apaga el radio o la televisión. «Es una compañía». Claramente me han dado ese argumento ante mi pregunta de por qué mantienen un radio o televisión encendidos por tanto tiempo.

Son tantas las consultas que doy en las que se me habla del dolor, del ais­lamiento y la soledad, de la melancolía y depresión, y del vacío de una vida en la que no hay nadie más, que me han invitado a compartir este tema en donde la pregunta en común es: ¿Cómo puedo establecer relaciones y mantenerlas vivas, con amor y por mucho tiempo?

Pues bien, la respuesta a esa pregunta es uno de los principales objetivos de todo este libro y de todos los que le seguirán dentro de la colección NUEVA CONCIENCIA. Mentiría si le dijera que tan sólo con leer este capítulo y aplicar lo que se dice en él, lo lograra satisfactoriamente. Nada más lejos de la verdad. Lo que tiene en sus manos en este preciso momento, incluso mientras lo está leyendo ahora mismo, no es sino un ligero asomo al apasionante mundo de las relaciones humanas, y lejos de ser una fórmula perfecta, es tan sólo fruto de mi más auténtico interés por compartir con usted una pequeña ayuda con la espe­ranza de que le sea útil, al igual que me ha sido a mí y a muchas personas que han ingresado al mundo de una NUEVA CONCIENCIA.

La evolución de nuestra sociedad nos ha llevado a grandes avances e importantes cambios. Sin embargo, debemos estar conscientes de la forma en que varios de ellos nos han alejado del ser humano sin percatamos de ello fácil­mente. Por ejemplo, incluso las compras cotidianas de antaño (por lo menos eso me platica mi abuelita y en ocasiones mis papás de cuando vivieron su infancia) ofrecían a las personas la oportunidad de relacionarse. No se contaba con los enormes y eficientes supermercados de hoy en día en donde se pueden hacer todas las compras de una sola vez. A mí mismo me tocó la experiencia de vivir la evolución de un restaurante de hamburguesas en donde, hace varios años, uno debía relacionarse por lo menos con el dependiente. Al comparado con los restaurantes que hoy en día se pueden encontrar en donde ni siquiera es nece­sario hablar con nadie, basta con tocar la pantalla de una computadora al final de la fila. Ningún contacto humano es necesario.

Todo esto nos ha llevado a un sentimiento colectivo de aislamiento; sin embargo, no todo está perdido en la evolución. Simplemente hay que aprender a redirigir nuestra comunicación en la era que nos tocó vivir. Debemos reaprender a generar el nexo sociológico más antiguo de la humanidad: la Amistad.

Comunicación:

Pieza clave de la relación

Dentro de las grandes ironías que he percibido de nuestra vida actual es que nosotros, el género humano, hemos desarrollado sistemas de comunicación que permiten que desde la Tierra, el hombre hable con el hombre en la Luna. Hemos desarrollado sistemas de comunicación asombrosamente eficientes como lo es la telefonía celular digital, los radiolocalizadores vía satélite, la nave­gación por el ciberespacio de Internet, las video teleconferencias, la comuni­cación sin fronteras, etc. Sin embargo, y a menudo al mismo tiempo, una madre no puede hablar con su hija; un padre, con su hijo, la clase obrera, con la geren­cia, o… usted, con su pareja.

En una amistad, como en cualquier relación humana, la comunicación es el arte de hablar unos con otros, de decir lo que sentimos y lo que nos pro­ponemos, de expresado con claridad, escuchando lo que la otra persona nos dice y asegurándonos de haber escuchado con atención para lograr esa habilidad de mantener una relación de amor.

De esta manera, le puedo compartir que el primer desafío que encon­tramos en nuestras relaciones humanas es el hecho de ponemos en contacto con nuestros propios sentimientos y posteriormente comunicarlos a la persona que nos interesa.

La traducción de la figura anterior es: «Tú siempre te quejas de que no sé mostrar mis emociones, así que hice estos señalamientos».

Realmente eso parece sucederle a la mayoría de las parejas que he podido consultar y, también a lo que he podido experimentar en mi propia persona, oca­sionalmente. ¿Acaso le ha pasado algo similar en alguna ocasión? ¿Ha experi­mentado la necesidad de comunicar un sentimiento y no saber cómo hacerlo? Si su respuesta es afirmativa (como en la inmensa mayoría de las personas), pues tenga en cuenta de que esa es una de las principales dificultades que afrontamos los seres humanos en cuanto a nuestro poder de comunicación. Varias veces sabemos perfectamente bien que sentimos algo, pero no podemos expresarlo fácilmente. Me gustaría darle un pequeño pero poderosísimo consejo: «Entre más palabras conozca, más posibilidades de expresar sus emociones y sen­timientos».

Créame. Mire usted, ¿recuerda lo que comentamos en el capítulo anterior en donde quedaba claro que nuestra voluntad sólo puede elegir opciones que le presenta nuestra inteligencia?; pues me refiero a lo mismo en este aspecto del lenguaje. Si usted tan sólo sabe ciertos palabras que etiquetan nuestras emociones, por ejemplo: alegría, tristeza, ansiedad, euforia, angustia, etc., pues son tan sólo esas (las que usted conozca) las palabras que su cerebro utilizará para todas las emociones que perciba. De tal suerte que cuando experimente una emoción nueva en su vida, si no conoce las palabras, simplemente dirá: «…no sé qué siento, pero siento bonito…», en un alarde de su vocabulario. Por favor, créame, esto es más importante de lo que parece en estas simples líneas que lee. El poder de las palabras es enorme. Todo lo que podamos expresar mediante el don y el poder de la palabra afectará indudablemente a quien se lo decimos (incluyendo lo que usted se diga a sí mismo).

Ese poder de influencia a través de la palabra es el que usamos todos los seres humanos cada vez que nos comuni­camos con alguien. Aquí es donde más se pone de manifiesto el desafío de vivir en la virtud, precisamente la virtud cardinal de la Prudencia; esa actitud con­stante de la inteligencia para actuar como y cuando debo, para decir como y cuando lo deba. Es precisamente ahí donde diariamente tenemos la oportunidad de mejorar, de comunicamos. Por favor: ¡No tenga miedo a mostrar sus sen­timientos!. Sé que en la inmensa mayoría de los casos usted se ha dicho: «…no vuelvo a ser bueno, me vieron la cara y no me volveré a dejar…», ¿Ha dicho algo parecido en algún momento, o acaso ha empeorado diciendo «no me vuelvo a enamorar»? Varias son las personas que me han dicho (y me lo han dicho con mucha fuerza en sus palabras): «…Dr. Ariza, quiero que sepa que yo ya no voy a amar, amar duele…», ¡¡¡Falso!!! No es verdad que amar duela. Lo que puede lle­gar a doler es cuando ya no nos aman luego de habemos amado. Eso sí. Pero cuando se ama, en ese momento, en ese preciso lapso de nuestra vida, pues no duele nada; al contrario, todo es dicha, pasión y alegría.

Las personas no tene­mos miedo a amar, tenemos miedo a sufrir una decepción posterior al amor. Pero, reflexione, si usted se ha propuesto no amar porque puede sufrir, pues en el momento en que lo dice ¡puede estar sufriendo porque no ama!. Qué irónico ¿no cree así? Creo que vale la pena «darse una oportunidad a usted mismo» para intentar de nuevo. El problema en que caemos muchas personas es que juzgamos una futura relación con base en nuestras experiencias, con base en nuestras rela­ciones pasadas, y llegamos a creer que todo será igual. ¡Caray!, eso significaría cerrar todo sentido de posibilidad.

Abra su corazón, diga lo que siente a quien más quiere antes de que sea demasiado tarde. Estoy plenamente convencido de que este proceso de aprender a comunicamos se puede aplicar con relativa facil­idad, sólo depende de un gran factor: su decisión de aprender y actuar.

  «Cualquier cosa que se aprende se puede desaprender y volver a aprenderse.

  En este proceso llamado cambio es donde radica nuestra esperanza».

  Alejandro Ariza

¿Cómo podríamos definir una relación?

Existen varias posibilidades para definir este concepto que nos ocupa. Sin embargo, me gustaría compartir con usted unas cuantas definiciones que me han ayudado mucho a entender al ser humano en este aspecto de su vida:

Una relación es una sociedad elegida. Es amar a alguien en quien incluso las imperfecciones se consideran como una posibilidad y, por consiguiente, algo bello; es cuando el descubrimiento, la lucha y la aceptación son la base de un constante crecimiento y sorpresa.

Una relación es aquella en la cual los individuos confían tanto (¡pero tanto!) el uno en el otro que se vuelven vulnerables, pero seguros de que la otra persona no se aprovechará de ello. Es algo que implica mucha comunicación.

Una relación basada en amistad es aquella en la cual uno puede mostrarse franco y honesto con la otra persona sin el temor de ser juzgado. Es «sentirse seguro» sabiendo que ambos son los mejores amigos y que no importa lo que suceda, siempre estarán uno al lado del otro.

Una relación de amor es aquella en la cual hay una mutua preocupación por el crecimiento y el progreso del otro; en donde las actitudes posesivas ceden el paso a la entrega de uno mismo a la otra persona; en donde el egoísmo cede el paso al dar desprendidamente, a la participación y la solicitud; en donde siem­pre se mantienen abiertas las líneas de comunicación y se le concede la máxima importancia a lo bueno que hay en la otra persona.

Esto representa para mí y para varios autores el hecho de entablar una relación positiva, una relación sustentada en el amor. Si alguno de estos concep­tos le hicieron vibrar ahora mismo mientras sostiene este libro en sus manos, ¡me alegra grandemente!. Es usted una persona más de las interesadas en vivir su vida con más momentos de felicidad y plenitud. Le confieso mi gran emoción al descubrir que ahora mismo usted y yo estamos entablando una relación, ¿se da cuenta?, ¡qué maravilloso! Por favor, no crea que usted está leyendo «simple­mente»; no, no, no. Todas las letras que ha unido en palabras a lo largo de este libro, alguien necesitó escribirlas; es donde se presentó mi turno en esta relación. Discúlpeme si con esta reflexión se siente ofendido al ser una verdad que por sabida debiera callarse, al ser una verdad de Perogrullo, «si usted lee, alguien escribió (yo)», pero créame que es algo que va más allá de lo evidente, esta relación que me ha permitido establecer con usted desde el primer momento en que abrió este libro, es una mágica aventura para ambos. Por un motivo superior nos hemos encontrado a través de la palabra escrita. Usted ha decidido leerme y yo he decidido escribirle.

Usted y yo hemos vivido la mágica relación basada en el amor en donde se ofrece consuelo ante la silenciosa presencia de otra persona con la que uno, a través de silencios y lenguaje corporal, sabe que comparte un sentimiento mutuo de confianza, honestidad, admiración, devoción y esa emoción tan especial de felicidad por el simple hecho de estar juntos.

¿Qué dice usted cuando se comunica?

Todos tenemos un lenguaje, en mayor o menor grado. Existen muchas teorías que nos explican cómo nos comunicamos y cómo aprendemos a hacerlo. Sin embargo, se sigue avanzando en los estudios acerca de la comunicación hoy en día. ¿Por qué? ¿Acaso no ya todas las letras del abecedario se conocen? ¿Acaso ya rebasó los dos años de edad y logró aprender a hablar? Muy posible­mente ya haya aprendido a hablar, pues ahora hay que aprender a comunicarse, algo muy diferente.

Usted y yo fuimos niños. Hoy sabemos perfectamente bien que los niños están sorprendentemente armonizados con los sonidos del lenguaje y que «aprenden lo que ven y escuchan». De todas las palabras con las que se encuen­tran en sus primeros años, ¿no le resulta impactante que un bebé pueda estable­cer la diferencia entre «leche», «mamá» y «papá»? Las palabras que escuchan son las que aprenderán. Del mismo modo, las palabras que escuchamos usted y yo fueron las que aprendimos. Esas palabras son los instrumentos con los que organizamos nuestra vida y medio ambiente así como interactuar con él. Cuando un niño de edad preescolar grita: «¡Se me están poniendo los nervios de punta!» ¿En dónde aprendió eso? Con absoluta seguridad le garantizo que no lo hizo de manera instintiva.

De tal suerte que, o escuchamos el lenguaje de amor en nuestro medio ambiente o, bien, no lo escuchamos. Aprendemos los símbolos necesarios para relacionamos mutuamente o, bien, no lo hacemos.

Si usted cree con esto que nuestro destino ya está marcado por nuestra infancia, le puedo asegurar que está en un gran error. Gran error si no decidiera aprender nuevos conceptos, nuevas palabras, nuevas perspectivas; en general, si no decidiera generar en usted una NUEVA CONCIENCIA. En usted está la decisión, también en usted están los resultados de su calidad de vida.

Vale la pena aprender a decir «te amo», «te necesito», «eres muy impor­tante para mí». Si usted es una de esas personas a las cuales les cuesta mucho trabajo «decir» lo que sienten, o si es de las que les es casi imposible decir «te amo», pues bien valdría la pena reflexionar en qué medio ambiente usted se desarrolló, la familia en la que nació y las palabras que se solían usar ahí. Si después de este breve estudio ha decidido que necesita «aprender nuevas pa­labras», nuevos conceptos, para así poder comunicarlos, lo felicito y lo invito a que juntos sigamos aprendiendo…