048-Curso de autoestima
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48. Privilegio de uno
Autoestima 048- Privilegio de uno – Curso de autoestima – Podcast en iVoox
“Lo más maravilloso del mundo sólo te sucede a tí.»
-Bearch Skearly
Es Si ha habido algo frustrante en mi vida es cuando ardo en deseo de platicar con alguien algo maravilloso que me acaba de suceder y ese alguien nunca tuvo el menor interés en ponerme atención, o por lo menos, la que yo me esperaba en virtud de lo que me había sucedido. ¡Cuán seguido me ha pasado!
Debido a que me imagino que tú has vivido algo similar, me imagino comprenderás lo que se siente. Son de esos momentos en que tú vienes con la mayor pasión a comentar y compartir aquello extraordinario que te acaba de suceder, y a quien eliges para platicar, resulta en una persona que nunca tuvo un verdadero interés y no te puso la atención que tu gran evento crees que merecía. O por lo menos, eso sientes. Y peor aún, si eres una persona triunfadora, de esas que han hecho del éxito una rutina, pues llega el momento en que sientes que nadie te comprende, que no te creen o que simplemente no te hacen caso. “Demasiado bueno para ser verdad”, es lo que han de pensar aquellas personas a las que uno elige para platicarles lo maravilloso que acaba uno de vivir.
Y sí, así suele suceder. No niego que exista la dicha de tener a alguien en la vida con quien compartir y vibrar en la misma intensidad. Me consta y lo afirmo con mi propia vida. Sin embargo, a veces que esa persona “mágica”, esa gran amiga o amigo, ese familiar, no se encuentran cerca y cuando uno intenta con otras personas, no encuentra el “eco” que uno esperaba. Y es que cada quien anda tan ocupado con sus propios pensamientos que casi nadie se da la oportunidad de sentir lo que siente el otro. Tal vez por eso, la incomprensión no es la incapacidad de comprender, sino la total falta de interés en sentir lo que siente el otro.
Este tipo de incomprensión, cuando sucede en la familia, suele ser un poco más frustrante, quizá por pensar que al tratarse de tu propia familia, existiría mayor interés por lo que te sucede. Pero he comprobado que esto no es una regla, por lo menos en mi familia y en la de varios amigos y pacientes. No quiero generalizar. Simplemente lo nombro porque quiero empezar mis reflexiones de esta ocasión con el mero planteamiento del problema. Simplemente sucede. A nivel laboral, lo mismo. Por ejemplo, en mi caso, cuando termino un gran proyecto con un gran y sublime éxito, la emoción por existir hierve en toda mi sangre, el entusiasmo que vivo en esos momentos me hace sentir que ¡exploto de alegría y satisfacción! Siento que toda mi sangre efervece y en más de una ocasión tal magnitud de emoción ha rebasado los límites de mi cuerpo y las lágrimas no se hacen esperar. Lágrimas de alegría incontenible. Y cuando me acerco a algunos de mis colaboradores, la mayor emoción que alcanzo a ver en alguno de ellos es tan solo una leve sonrisita y acompañada con una débil frase: “Bien, qué padre estuvo”. Punto.
¡¿Punto?! Son de esos momentos en que me pregunto en mi interior: ¿Habrá podido alcanzar a ver y sentir la emoción de muchas otras de trabajo y creatividad? ¿Podrá entender la magia y transformación de energía que se sucede en el resultado? Ya lo dudo. La emoción es algo que se sucede o no. La emoción no se pude actuar, no se puede disfrazar. No vibraban como yo vibraba. ¡¿Por qué?! ¿Por qué no alcanzaban a sentir lo que yo sentía? La respuesta llegó a mí la semana pasada. Más adelante la sabrás.
Lo mismo he observado en varios de mis conocidos, tanto familiares, como amigos y pacientes. A todos nos ha pasado que cuando vivimos algo que, para nosotros es sublime y majestuoso, corremos a platicarlo con gran emoción y recibimos un balde de agua fría al ser escuchados con la atención que un ciego le presta al color. He observado cómo alguien de mi familia llega a platicar con un gran entusiasmo con otro integrante de la misma y luego de la famosa pregunta: “¿Cómo ves?, ¿Qué te parece?”, el otro no responde porque nunca escuchó o súbitamente empieza a hablar de un tema totalmente distinto. Estas escenas todavía me resultan increíbles. Por supuesto que, con todo orgullo, salgo a defender la emoción del momento y con gusto me presto a escuchar con profunda atención lo que mi primer familiar decía. Tal vez por eso somos tan solicitados aquellos seres humanos que hemos desarrollado una sana capacidad de escucha. Me consta que sí existen varios seres humanos, muy preciados en sus ambientes, porque han aprendido a saber escuchar. ¡Divina virtud! Y es que es tanta la necesidad que los seres humanos tenemos de sentirnos escuchados, que hasta terapéutico resulta ser. Me consta que la gente es capaz de pagar varios miles de pesos porque alguien los escuche con una atención inusitada. Me consta.
Mi mejor amiga, mi alma gemela, mi otro yo, es la mayor bendición que Dios me ha dado a mi paso por esta vida en la Tierra. Es alguien con quien he podido emocionarme a tal grado, con el simple y poderoso hecho de conversar, que llegamos a vibrar prácticamente igual cuando nos compartimos lo que nos ha sucedido el uno al otro. Te invito a que busques a una persona así en tu vida. ¡Sí existen! Y si tienes la dicha de encontrarla, verás que entonces, y solo hasta entonces, la vida vale la pena compartirla. Si el gozo de lo sucedido ya fue algo maravilloso, pues así, con alguien que llegue a sentir contigo, se disfruta doblemente.
Sin embargo, ante la discrepante cifra de quien sabe escuchar y quien no, ante la evidente falta de interés de la mayoría por lo que le sucede y siente otra persona, mi pregunta se mantenía, a momentos en forma expresa, a momentos en forma tácita: “¿Por qué?”. Y no fue sino hasta la semana pasada, cuando visite a un gran amigo exitoso escritor, que mientras conversábamos con toda atención, súbitamente llegó a mí la respuesta ante lo expuesto hoy aquí. De repente, en alguno de los temas que platicábamos, mi amigo se expresó con fuerte tono de voz y con una seguridad implacable: “Mira, llegó un momento en mi vida en que aprendí que…
Lo más maravilloso y extraordinario te sucede exclusivamente a ti.
Tal vez por eso –continuó— es que cuando vives algo que te emociona tanto, y te urge ir a platicarlo con tu mejor amigo o amiga, con algún familiar, no te comprenden, no les emociona como a ti o no te creen. Y he llegado a pensar que es muy lógico, ¡si sólo te sucedió a ti! ¿Por qué han de sentir lo mismo?”.
Me quedé perplejo ante su explicación. La abrumadora verdad que percibí salía de sus labios generó mi momento para aprenderlo y aceptarlo.
Hoy ya no tengo la menor duda de ello y ese concepto me ha servido como un bálsamo revivificante cada vez que siento el impulso irrefrenable de compartir lo más maravilloso que me sucede. Pero hoy, con la enorme diferencia de saber desprenderme del resultado de mi interlocutor. He aprendido a compartir por el simple hecho de compartir y sin esperar a cambio una misma satisfacción. ¿Por qué? Si quien me escucha, tan solo me escucha, y no vivió lo que yo. Así, la diferencia en emoción es total. ¡Caray! Qué lógico y normal lo veo hoy. Tal vez por eso, cada vez que vivimos algo maravilloso, aunque existe el natural impulso de compartirlo con los seres que amamos, ellos, en su mejor disposición querrán comprender o empatar con lo que les exponemos, sin embargo, por más magistral que sea la exposición de los hechos, los hechos solo te sucedieron a ti. Las reacciones serán siempre diferentes. Como dice el escritor Wayne Dyer, la palabra “agua” no moja a nadie. Necesitas experimentar el agua para sentirte mojado. No por otra vía. Tal vez por eso, hoy en día, quienes tenemos la dicha incólume de vivir continuamente momentos de una gran emoción por existir, lo más que podemos hacer con nuestros relatos, es invitar a que la gente se lance a conquistar su propio éxito, que se atreva a vivir sus propios momentos de triunfo y gloria, que hagan algo por vivirlo.
Cuando dos personas han vivido un éxito de enorme magnitud, según sus muy personales parámetros del mismo, ¡es tan fácil comprenderse! Es tan fácil creer y emocionarse con lo que dice el otro. Hoy he comprendido que el mayor de los éxitos, cuando lo vives, es privilegio de uno. De nadie más. Mucha gente pudo participar para que tú lograras lo que lograste, sin duda; todos estamos unidos por una mágica red que nos sincroniza para experimentar la vida, sin embargo, el exquisito momento del triunfo, ese, precisamente ese, es privilegio de uno. Se acabó la historia. Es un bello síntoma y como tal, insisto, privilegio de uno. Aquí, retomando un poco de mis conocimientos médicos, quiero compartir contigo la diferencia entre “Signo” y “Síntoma” que me enseñaron en la facultad de Medicina. “Signo” es toda manifestación clínica, medible y cuantificable, objetiva en su estudio. Un ejemplo de “Signo” en Medicina, sería la temperatura corporal. Con un termómetro tienes la cifra objetiva: 36.5 °C, por ejemplo. No hay duda para comprender esto, la cifra ahí está, los números son claros. Por otro lado, veamos lo que significa “Síntoma” en Medicina: “Manifestación subjetiva, no medible ni cuantificable, que acompaña a un padecimiento”.
Un ejemplo de síntoma: el dolor de cabeza. Fíjate: cuando alguien te dice: “Me duele mucho, pero en verdad mucho mi cabeza”, ¿Cómo llegas a entender qué tanto le duele? ¿Qué tanto es “mucho”? No existe un dolorímetro para que todos estuviéramos de acuerdo en la cifra exacta de dicho dolor de cabeza. Tan solo, si te interesa, puedes llegar a intentar comprender a esa persona con mucho dolor de cabeza porque cuando te lo dice, inconscientemente lo comparas con alguna referencia de tu pasado en donde tú hayas experimentado un dolor de cabeza muy intenso. Y tan sólo de acordarte, lo empiezas a comprender. Tan solo así, te puedes hasta preocupar por su dolor de cabeza. Pero nunca, ¡nunca!, sabrás exactamente cuánto le duele. Hasta ese dolor es privilegio de uno. Por eso me atrevo a afirmar que la alegría y el entusiasmo que una persona puede experimentar, siempre será un síntoma de su emoción por existir, así, siempre será privilegio de uno. De nadie más. Luego entonces, no debemos frustrarnos si alguien no nos comprende o no se emociona como nosotros, cuando le compartimos aquello que tanto nos ha hecho gozar. Esto lo acabo de aprender y, redundando en el concepto, hoy he querido compartirlo contigo de tanto que me emocionó aprenderlo. La gran diferencia es que hoy, respeto la emoción que tú puedas llegar a sentir.
Estas reflexiones, aunque siempre las he desarrollado con un enfoque para ayudar al ser humano en general, de toda edad, sexo o religión, color, cultura o lo que fuere, hoy quiero enfatizar un poco en aquellos que me hagan el honor de leerme y que sean auténticos líderes. ¿Por qué hago esta salvedad? Porque sin duda alguna, los líderes son personas que generan cambios, que ven más allá de los demás, que cautivan a otras personas y éstas, convencidas por su congruencia, deciden seguirlo. Sin embargo, uno de los precios que varios líderes deben pagar, es la ocasional sensación de “Soledad”. Y es que el líder, a momentos, siente que nadie lo comprende. ¡Pero por supuesto! Es lógico, si el líder tiene una visión mucho muy diferente al de las otras personas. Es alguien que ve más allá de lo evidente. Es quien escucha a personas que ven la realidad y se preguntan por qué, mientras él ve sus sueños e ideales y se pregunta por qué no. El líder suele ser un apasionado de sus ambiciones por mejorar el mundo, y cuando lo logra, con cada paso que da, suele salir disparado a compartirlo con sus colaboradores y amigos. Es aquí, precisamente aquí, que un líder debe recordar que lo más maravilloso y extraordinario, le sucede exclusivamente a él. Y así, se podrá evitar la frustración que todo líder vivimos cuando nos percatamos del ambiente rico en apatía que suele reinar en varios sectores de nuestra población. Tan solo hay que seguir adelante y, con el ejemplo, inspirar a otros a que experimenten su propia emoción por existir. Este ya es un gran paso.
“Siempre estas solo, pero sólo te sentirás solo cuando no te simpatice con quien estás solo”.
– Wayne Dyer.
Escritor estadounidense.
Mi mayor ilusión es que tú también vivas momentos de éxito. Todos. El éxito no es exclusividad de unos cuantos. El éxito es privilegio de todos. La forma de dicho éxito es lo que puede ser privilegio de uno.
Aquí mis recomendaciones para que vivas una Nueva Conciencia del entusiasmo y la alegría por compartir. Las he sintetizado en cuatro puntos:
1. Aprende el “Privilegio de Uno”. Me refiero a lo que he compartido contigo a lo largo de todo este capítulo. Es una gran “válvula de escape” a la frustración contenida, el que cuando uno platica lo más emocionante que nos ha sucedido y no nos sentimos comprendidos, recordar lo que Berch nos enseñó: “Lo más maravilloso y extraordinario te sucede exclusivamente a ti”. Te recomiendo amplísimamente que, cuando te atrapes a ti mismo en una sensación de frustración por no sentirte escuchado o comprendido, te repitas en silencio, dentro de tu cabeza, que lo más maravilloso y extraordinario te sucedió sólo a ti. Verás que una gran calma te volverá en ese preciso momento, como por arte de magia.
2. Comparte y emociónate haciéndolo, pero al mismo tiempo, despréndete de la reacción que se suceda. Algo que aprendí desde hace muchos años de un gran sacerdote jesuita, Anthony de Mello, fue que “El origen de todo sufrimiento, son los apegos”, y creo que aquí pudiera aplicar muy bien. Si en el momento de compartir, sientes que tu felicidad se evapora porque con quien la compartiste no te hizo caso o no le importó en la magnitud que tú esperabas, significa que tienes un apego al reconocimiento de aquella persona. Esta es una trampa del ego. Tu ego es el que está ávido de reconocimiento, tu ego es quien quiere seguir siendo aplaudido aún después de que toda la audiencia ya se ha marchado. Tu ego es el que te hace sufrir haciéndote dependiente del reconocimiento del otro porque es tu ego quien tiene este apego. Sin embargo, con una Nueva Conciencia de los hechos, con una sana invitación a tu evolución y crecimiento espiritual, debes aprender a desprenderte de ese reconocimiento. Al espíritu que eres, no le importa en lo más mínimo la reacción de los demás.
Tan solo se regocija en compartir, en dar. Eso es todo. ¿Te gustaría preferir conversar con quien se emociona igual que tú? Sí, claro. Sano es. ¡Prefiérelo! Te insto a que lo hagas. Solo alerta a una gran y enorme diferencia: una cosa es “Preferir” y otra muy distinta es “Necesitar”. Prefiere y no necesites. Este es un gran camino que se transita con mucha paz.
3. Elige bien con quién compartes tu alegría. Hace años aprendí que nadie te hace daño durante mucho tiempo sin que tú mismo tengas culpa de ello. Y digo esto porque tal parece que luego de que ya hemos vivido la máxima evidencia de que determinada persona no se emociona con lo que le compartimos de nuestra vida, luego, en otro dichoso evento repleto de alegría que hayamos vivido y queremos compartir, volvemos a elegir a esa persona para platicarle. Aquí, el mal momento no es culpa de esa otra persona. ¡¿Por qué vuelves a elegir a quien no tiene la sensibilidad que se necesita para comprenderte?! Respuesta: por imbécil. Sí, duro, pero es la verdad. Lo he vivido. La culpa es de uno. Existen tan diferentes personas, con niveles de educación tan distintos, con grados de sensibilidad tan marcadamente diferentes, que por ello, existen tan variados temas de conversación y varios grados de profundidad en la comunicación. Esto lo debes aprender. No todos se nutren con el mismo alimento.
Recuerdo cuando hace algunos meses, uno de mis alumnos que al salir de clase, me alcanzó y me preguntó: ¿Qué debo hacer para empezar mi carrera como escritor? Me encantaría que me recomendaras algo a mí, quien apenas voy a empezar en este arte”. Me acuerdo que le dije: “Primero, ya ponte a escribir. Habla menos y escribe más. Sin censura, lo que te salga del corazón. Nunca pienses en una obra literaria ni en imitar el estilo de nadie, tan solo deja que muevan tus dedos la pluma, pero que escriba tu corazón. Luego, inmediatamente después de haber terminado tu primer ensayo, sentirás un impulso de salir corriendo a mostrárselo a alguien. Ten cuidado aquí. Nunca elijas enseñarle tus escritos, siendo principiante, a un imbécil que no tenga la sensibilidad necesaria para emocionarse con el arte de la palabra escrita. Aún así sea esta persona tu novia o tus papás”. Así lo hizo, y se evitó la desmoralizante actitud de quien no sabe apreciar el esfuerzo de un inicio. Esta recomendación, también te la quiero hacer a ti.
Hagas lo que hagas, sé inteligente y elige bien a quién le compartes lo que has hecho. Ahí estará gran parte de tu alegría también y de tu entusiasmo por seguir adelante.
Una breve reflexión más en este punto: si de momento no encuentras a nadie con quien compartir tu alegría de vivir, es preferible que aguardes y no lo comentes. Ya aparecerá alguien. De momento, platícalo contigo y verás que en el propio y personal recuerdo también puedes encontrar regocijo.
4. Si puedes, date y brinda el don de saber escuchar. En esto quiero ser contundente: tú puedes desarrollar la gran virtud de realmente saber escuchar. Tan solo requieres de un elemento espiritual: estar auténticamente interesado por la vida de los demás. Cuando digo: “saber escuchar”, no me refiero a la pasiva actitud de quedarte callado y observando a tu invitado. Eso lo puede hacer cualquier animal de escala filogenética inferior. Vamos, incluso un perro o un gato lo hacen de maravilla. Nunca interrumpen. Tal vez, esa es la razón por la que muchas personas han llegado a preferir platicar con sus mascotas que con otra persona, porque no las interrumpen. Pero aquí no me refiero tan solo a eso. Aquí, saber escuchar con una Nueva Conciencia, es a que te des la oportunidad de sentir, de intentar sentir, en la magnitud que tu interlocutor siente. Llorar con ella, sin decir nada. Tan solo compartiendo su sentimiento y emoción. Reír con él, sin criticar lo que hiciera, sino disfrutando el momento juntos. Emocionarte con ella, por ver cuán emocionada está con lo que te dice. Actuar así, es privilegio de ángeles. Y son precisamente esos ángeles quienes enamoran al mundo. Me emociona pensar que muy posiblemente, ahora mismo un ángel me esté leyendo. Piensa en esto. Date la oportunidad de sentir lo que la otra persona sienta. Verás la gran ayuda que estarás brindando y lo bien que esto te hará sentir. No se diga lo que le harás a la otra persona, le permitirás volver a vivir lo que tanta emoción le brindó. Gracias a ti, volverá a disfrutar, y verás que tú también. Es privilegio de un alma noble y verdaderamente evolucionada, disfrutar del éxito de los demás, tanto como si fuera propio.
Ahora bien, en honor a la verdad, si desde un principio no tienes el tiempo, la disposición o las ganas de escuchar, lo más prudente es que lo expreses con respeto a quien intenta iniciar una conversación contigo. El maquillaje de una aparente atención, siempre será maquillaje.
Sé que la envidia resulta ser un gran obstáculo para dar el siguiente paso a un nivel de mayor crecimiento espiritual. Tal vez por eso, cuando queremos compartir lo más maravilloso que nos ha pasado, no encontramos la reacción que nos esperábamos porque quien nos escucha, envidia nuestra alegría de vivir, que a fin de cuentas, es lo único que realmente envidia un ser humano de otro. Sin embargo, confío plenamente en nuestra capacidad para amar y aprender a amar precisamente amando. Y en un amor así, la envidia simplemente no puede existir. Son dos vibraciones de frecuencias totalmente distintas que no pueden coexistir. Por eso, como se ha dicho varias veces, cualquiera que sea la pregunta, amor es la respuesta.
Mientras tanto, te invito a que siempre hagas por vivir con una gran alegría y entusiasmo por tus sueños e ideales. Si tienes la dicha de encontrar a tu alma gemela, a un ángel disfrazado de humano, y te sientes extraordinariamente bien compartiendo tus más intrincados anhelos y maravillosos éxitos, ¡enhorabuena! Si no, tan solo recuerda que lo más maravilloso te sucedió a ti y eso puede ser más que suficiente. Ya te pasó y eso ya es una bendición. Saber esto, sin duda, sin duda, te ayudará a conservar tu…
¡Emoción por Existir!